Un antiguo decano de Yale defiende la excelencia universitaria

Examen de Selectividad.
Examen de Selectividad.

Repaso estos días de verano grandes temas, algunos ausentes de la prensa diaria, demasiado atenta a peripecias políticas pasajeras que no recuerdan tanto las jugadas maestras del ajedrez, como el tapete verde de los viejos tahúres. Nadie diría que tantos líderes son universitarios; incluso doctores. En cualquier caso, deberían plantearse cómo se puede ayudar, desde el gobierno del estado y de las comunidades autónomas, al renacimiento universitario, tan necesario hoy como en aquellos famosos debates sobre la misión de la Universidad, al comienzo de la segunda mitad del siglo XX.

No citaré de nuevo al maestro Irnerio, el fundador de la de Bolonia, aunque no estaría mal que saliera de la tumba y se pusiera al frente de un movimiento para establecer, no una nueva sede docente, sino una auténtica transformación de los criterios inspiradores del alma mater.

A pesar del mimetismo, tal vez los males europeos son inferiores a los americanos, más allá de los números reflejados en los rankings (no pongo la palabra en cursiva, después de consultar la edición digital del diccionario de la RAE; aunque suelo usar el término clasificación que aporta, incluso, cierto sentido deportivo a la vida).

Por todo esto, me ha interesado una extensa entrevista a Anthony T. Kronman, que fue decano de la Facultad de Derecho de Yale durante diez años. Me propongo simplemente dar a conocer algunas ideas a los lectores de ECD. Confío en que mi deficiente inglés no haya traicionado sus palabras, en la versión de The Chronicle of Higher Education que recogía hace poco RealClearEducation.com.

Le presenta y pregunta Len Gutkin, a propósito de su próximo libro, The Assault on American Excellence, que será publicado por Free Press en agosto. Refleja su lamento ante el giro –a su juicio, equivocado- que han dado las universidades de élite en los últimos años. Ciertamente con el buen propósito de fomentar la igualdad y la inclusión, habrían abandonado sus compromisos esenciales con el pensamiento y el desarrollo de un “ethos aristocrático”. Como es lógico, este último aspecto no resulta pacífico, porque refleja la antiquísima tensión entre aristocracia y democracia…

No es necesario aceptar la tesis –reflejada en el título del artículo-: “elite schools are national treasures”. Más allá de la nostalgia, la realidad es que importa mucho superar el impasse que muestra los inconvenientes de la llamada acción o discriminación positiva, así como las manifestaciones prácticas de un retroceso de libertades: de investigación, de cátedra, de expresión.

Kronman piensa en las universidades como el ámbito del que llama “ideal conversacional": un espacio específico, único, dedicado a la rara y difícil tarea de buscar la verdad, más allá de sentimientos o experiencias personales –especialmente si han sido dolorosas. No defiende a ultranza una libertad de expresión más o menos libertaria, en la línea de los debates políticos en los que unos tratan de persuadir y otros se resisten a ser persuadidos. No se pueden describir como conversación, porque falta la apertura al reconocimiento de las razones ajenas: la posibilidad de llegar a posiciones compartidas basadas en la razón y la verdad.

No tiene pelos en la lengua, para analizar casos límite, como la exclusión de algunos oradores en universidades conocidas, por presión de grupos de estudiantes. Pero, a su juicio, se trata de auténticas y mutuas provocaciones: ninguno tiene interés en iniciar o proseguir una conversación. “En ese sentido, comparte algo en común con quienes lo detestan y quieren prohibirle el acceso al campus por razones de inclusión. Sirve como un espejo útil del conjunto de creencias cada vez más arraigadas que rigen hoy la vida en los campus”.

Tal vez durante mucho tiempo las universidades se centraron en la investigación y transmisión de conocimientos teóricos, sin pensar en la formación del  carácter de las personas, ni en facilitarles también la inserción en una cultura democrática, que exige valores espirituales, morales, incluso estéticos. Pero la debilidad de los razonamientos postmodernos les impide ser ‑por paradoja relativista‑ raíz firme de la convivencia en libertad. De otra parte, la búsqueda de la excelencia no es necesariamente elitismo, cuando se apoya en el respeto profundo de la dignidad humana, no en manifestaciones circunstanciales.

 
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