La clase política es incapaz de cerrar el socavón del 11-M

Es muy posible que las encuestas internas –y no tan internas- que maneja el Partido Socialista, tengan de los nervios a su secretario de Organización, pero el espectáculo que protagonizó el pasado día 1 José Blanco, rodeado de no se sabe cuantos “ad lateres” fue de los que pasarán a los anales de la infamia política, que diría Borges.

Sin solución de continuidad con el dolor y las declaraciones perfectamente comprensibles de las víctimas, Blanco se sacó de las puñetas de la toga que nunca tuvo una sentencia paralela y nos obsequió con la frase de ‘el autor intelectual, el autor material y los cooperadores necesarios...’.

Cuando uno es político y vienen mal dadas, se sujeta lo nervios y se ‘comprime’ (que diría un personaje de la “Verbena de la Paloma” personaje sainetesco y, por supuesto, mucho más serio que Blanco) y no dice lo que dijo Blanco, quien si no respeta al tribunal ni a los adversarios políticos ni a sus compañeros de partido, por lo menos debería de respetarse a sí mismo y, naturalmente, a los ciudadanos.

El Partido Socialista se ha instalado en la más pura de las esquizofrenias –ya lo hicieron Alfonso Guerra y Felipe González- y presenta dos caras radicalmente distintas: la meliflua, dialogante y blanda de Rodríguez Zapatero en plan Ghandi, predicando la paz y la concordia, la bondad y la longanimidad, y el rostro ‘pedernalesco’ de Blanco, en plan martillo de herejes, y son herejes todos los que no dicen lo que él quiere que digan. Todo muy burdo y muy poco elaborado. Mercancía de matute que colará o no, de cara a las elecciones.

Hasta Pérez Rubalcaba ha reaparecido y, como los médicos antiguos, le dice a Rajoy eso de ‘diga 33’, transformado en diga conmigo… lo que yo quiero que diga.

Lo cierto es que ahí está la sentencia. Que la sentencia tiene lagunas de investigación, porque las tenía la instrucción, que a algunos les parece blanda, que hay absoluciones que no se entienden salvo que se sea un experto –como Blanco- en Derecho Procesal y, lo que es más grave, que ha servido para reavivar el fuego de la permanente bronca política entre los dos principales partidos de España.

Se aprueba como de tapadillo la Ley de Memoria Histórica, pero no tan de tapadillo como para que Llamazares vuelva a intentar –nunca lo consigue- meter el colmillo en las carnes de la Iglesia Católica. Y aluda a ‘la benéfica enmienda de CIU para la Iglesia Católica’. Otra obsesión junto a la que le marca como adorador de Fidel Castro y de su ‘revolución cercada’.

Claro que ‘como dimitir es de cobardes’ al político comunista le van a tener que levantar del sillón de Izquierda Unida con agua caliente o sobresaltándole con el ruido de una traca valenciana, que va a ser lo más probable.

Aquí todos se sienten ‘mesías’. Hasta Al Gore –primada de Rajoy mediante- dice en Sevilla que siente que tiene una misión. Este se ha enterado de la proximidad de El Palmar de Troya y ya está montando una especie de congregación itinerante por toda España. Porque aquí se siente a gusto. No es de extrañar, cuentas corrientes aparte.

 

Mesías-Zapatero ahora que asume –no se sabe muy bien qué significa eso- las responsabilidades de los socavones; mesías-Garzón que ha empitonado a Marruecos por genocidio en el Sahara; mesías-Magdalena Álvarez que se redime a sí misma cada día que pasa sin dimitir; mesías-Isabel Teruel, la portavoz del Partido Socialista en las Cortes Aragonesas, con un discurso antológico que la puede costar el cese más fulminante de la democracia española. Y mesías-colectivo, los políticos marroquíes que están haciendo su ley de memoria histórica particular para que les devolvamos algo que nunca fue suyo, Ceuta y Melilla que se honrarán con las visita de los Reyes de España a esas ciudades tan españolísimas como Cuenca o Mondoñedo y hasta Palas de Rei donde nació el jurisperito Blanco.

Una semana dura, protagonizada por la sentencia del 11-M y, lo que es peor, por la vuelta –si es que alguna vez se paró- a la noria de las intervenciones desafortunadas de los políticos.

De esas intervenciones, incluidas las de Zaplana, la palma de la inoportunidad, de la desfachatez y de la destemplanza se la ha llevado una vez más José Blanco en su papel de malo dentro del reparto del Partido Socialista.

Si al menos Blanco hubiera salido disfrazado de bruja de ‘jalogüín’ hubiera tenido un pase, pero así, con traje y corbata, lo que dijo era infumable.

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