Desconfianza recíproca

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Si todos desconfiamos unos de otros, que eso es la desconfianza recíproca, lo que resulta es que sólo confiamos en nosotros mismos y eso nos convierte en seres aislados, que no pueden comprobar a través de los demás si tienen razón o no en lo que dicen o lo que piensan. Un mundo desconfiado en el que solamente estoy seguro de que yo tengo toda la razón, supone que a los demás también les pasa lo mismo. Es un mundo cada vez más fragmentado e insolidario, aunque uno mismo se empeñe en decir, contra toda evidencia, que sólo él es capaz de contentar a todo el conjunto de insolidarios que le rodean.

La desconfianza genera insolidaridad y si es recíproca, no se puede esperar que haya alguien capaz de solidarizarse contigo. Una consecuencia es que las palabras dejan de tener sentido: no puede haber un lenguaje común entre insolidarios recíprocos: lo que le peta a cada uno, no tiene ninguna posibilidad de que le pete a otros. Lo que cada uno dice, sólo lo dice para sí mismo, al desconfiar de que los demás le puedan llegar a entender. Y eso genera una multitud de lenguajes, un caos insignificante de relatos que no se comparten sino que se quieren imponer.

Cuanto mayor sea la desconfianza, mayor será la insignificancia hasta que llegue un momento en que nadie pueda entender nada de los demás; y posiblemente tampoco de sí mismo, al no poder contrastar sus ocurrencias con las de otros, que tampoco entenderán ni siquiera lo que ellos mismos están criticando.

 
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