La disciplina de voto

Si Mariano Rajoy, además de hablar con Obama del paro en España (Soraya Rodríguez ‘dixit’), hubiera preguntado al presidente de los Estados Unidos por la disciplina de voto en su país, Obama hubiera necesitado más de un traductor porque no entendería la pregunta. En todo caso, Obama le hubiera informado sobre las dificultades que tiene entre sus compañeros de partido para sacar adelante algunos de sus más importantes proyectos legislativos, muchos de ellos en su programa electoral.

Cada país tiene sus usos políticos. En España sufrimos una partitocracia que además de todos los males que ello conlleva, tiene como consecuencia la falta de democracia interna en los propios partidos.

La disciplina de voto es algo fundamental para nuestros políticos. Admitir una sola discrepancia entre sus componentes, ocupen el puesto que ocupen, es una especie de deshonra política que todos se apresuran a tapar como sea y a negar con todas sus fuerzas.

Sin ir más lejos, el problema de Cataluña crea inconvenientes de disciplina en el Partido Socialista y el proyecto de ley del aborto, ha levantado ‘rebeliones’ en el Partido Popular.

Todos se apresuran a taponar las fugas y a negar la realidad. Se supone que la indisciplina es una debilidad del partido y que puede costar votos. Al parecer, es lo único que importa.

Con independencia de los asuntos que provocan la indisciplina, habrá que convenir que ni la discrepancia es tan mala, ni la disciplina de voto ningún dogma de fe. La partitocracia y una de sus secuelas, las listas cerradas, provoca que los representantes dependan de quien les coloca en las listas o quien les saca de ellas. No es que haya disciplina de voto es que hay una auténtica compra de voluntades al precio de un asiento o de una poltrona.

Son costumbres políticas que se han elevado a la categoría de inamovibles y a lo mejor esa práctica no es demasiado buena.

 
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