La lucha por la democracia en las calles de Hong Kong

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Manifestación en Hong Kong.

La grave tensión entre Irán y Estados Unidos, la guerra comercial de Trump contra China, o la situación política de Erdogan en Turquía -a pesar de su decidido esfuerzo para mantener la alcaldía de Estambul en manos del partido gobernante, el oponente Ekrem Imamoglu volvió a ganar tras la impugnación de los resultados de la primera votación-, no deberían hacer olvidar la penosa situación opresiva de Pekín sobre Hong Kong.

Cada día resulta más patente la mentira oculta tras la frase emblemática –también con la mirada puesta en Taiwán- “un país, dos sistemas”. El partido comunista chino ha fomentado la competitividad capitalista para salir del atasco económico en el que le encerraba la ortodoxia marxista, pero no cede un ápice en derechos humanos. De hecho, va dando continuos pasos contra la libertad de los ciudadanos, sin perjuicio de repetir eslóganes que suenan bien en occidente.

Hace poco menos de un año Pekín forzó la ilegalización del partido independentista de Hong Kong, con la tópica acusación de terrorismo. Se trataba de sacar del parlamento local voces libres, para llevarlas, incluso, a la cárcel. No era el mejor presagio tampoco para la libertad en el continente, cuando se difundía la noticia de un acuerdo entre el Vaticano y la República Popular…, que sigue envuelto en amplias dosis de incertidumbre, a pesar del tiempo transcurrido.

Entretanto, en Hong Kong se tramitaba en la asamblea parlamentaria un proyecto de ley que concedería la extradición a China de personas detenidas preventivamente en la antigua colonia británica. Las autoridades locales, que suelen acusar de injerencia extranjera a todo movimiento por la libertad, han usado ahora la petición de instancias financieras internacionales, para justificar acuerdos de extradición, que facilitarían la lucha contra el crimen organizado y el blanqueamiento de capitales.

Pero la jefe del ejecutivo Carrie Lam –auténtica longa manus de Pekín en la isla- no contaba con la reacción popular contra el eje de la política china: vender bienestar a cambio de renuncia a libertades básicas. Cuando parecía asfixiada la Revolución de los Paraguas nacida en 2014, ha resucitado con más fuerza que nunca: la manifestación del 16 de junio ha superado a todas las anteriores.

La prepotencia de Xi Ping en su viaje a Hong Kong de hace dos años, para conmemorar el vigésimo aniversario de la retrocesión de la colonia británica a China, le llevó a ignorar la complejidad demográfica de la comunidad hongkonesa, así como la existencia de un liderazgo local, capaz de impulsar decisiones para mantener la independencia jurídica.

La tibia respuesta inicial de suspender la tramitación del proyecto de extradición no contentó a las muchedumbres, que se manifestaron con mayor energía, no sólo numérica, que en ocasiones precedentes: siguen saliendo a la calle para pedir la retirada definitiva, y la dimisión de la propia Carrie Lam. La gobernadora no parece haber encontrado de momento una salida para la mayor crisis política desde la retrocesión en 1997. Y la oposición está dispuesta a seguir ocupando los espacios públicos casi sine die. Está por ver si se mantiene la conocida capacidad de resistencia del partido comunista a base de silencios y maniobras jurídico-procesales en el límite de la legalidad. Basta pensar en su actitud ante el trigésimo aniversario de Tiananmen.

Occidente seguirá probablemente sin hacer nada, pendiente casi en exclusiva de los aspectos económicos de sus relaciones con China. Pero quizá deba pensar en que la arrogancia de Pekín pone en peligro el control de las empresas multinacionales domiciliadas hoy en Hong Kong, o que operan desde la isla. Los grandes ejecutivos de la economía pueden pasar por casi todo, pero no por la falta de seguridad jurídica. Para los gobiernos occidentales, la actitud de Pekín confirmaría la involución marcada por Xi Ping, a pesar de los esfuerzos conciliadores en sus recientes viajes a Europa. Y confirmaría las sospechas de que no cumple sus compromisos.

Para los ciudadanos de Hong Kong es también muy inquietante el recurso gubernamental a tecnologías de reconocimiento facial, que justificarán todo tipo de actos discrecionales a favor o en contra de las personas. El temor de los manifestantes se refleja en los diversos trucos para ocultar o difuminar su personalidad. Porque en la raíz de todo se sitúa la desconfianza hacia Pekín, acentuada desde que la policía china detiene a oponentes al régimen en Hong Kong o en otros países.

 
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