El presidente Macron debería asegurar la democracia dentro y fuera de su partido

Emmanuel Macron.
Emmanuel Macron.

Nadie sabe si el gran debate al que Emmanuel Macron convoca a los franceses hasta el próximo 15 de marzo, es un intento de recuperar popularidad, o un salto en el vacío, ante la imposibilidad de dominar la crisis planteada por el movimiento de los “chalecos amarillos”. De momento, no han apaciguado los espíritus la renuncia a subir el impuesto sobre los carburantes, o el destino de cerca de aproximadamente 10.000 millones de euros a medidas para mejorar el poder adquisitivo de las personas más modestas, o las condenas de los actos violentos que acompañaron a diversas manifestaciones. Pero el presidente de la República no renuncia a transformar la indignación en soluciones, con la ayuda de todos.

Se ha producido un serio impasse en la meteórica carrera nacida tras la victoria en las presidenciales y confirmada luego por la mayoría absoluta lograda por su movimiento en las elecciones subsiguientes para la Asamblea Nacional. Macron ha escrito una carta a los ciudadanos, en la que dibuja los grandes temas sobre los que debería escuchar su opinión. A mi juicio, es una buena síntesis de las cuestiones que afectan a Francia y, en cierto modo, a las democracias occidentales. Pero muy probablemente servirá sólo para que los derrotados en mayo de 2017, hoy en la oposición, intenten una clásica vendetta política.

De todos modos, Macron debería asegurar en primer término la libertad de palabra dentro de su propio partido, La República en marcha (LRM). Me parece significativo el caso de la diputada por Oise, Agnès Thill, que se manifestó en contra de un informe parlamentario favorable a la extensión universal de la procreación médica asistida (PMA). Ciertamente, la postura oficial es favorable de una reforma que no alcanzó mayoría en los “estados generales” de la bioética celebrados durante el primer semestre de 2018. Pero no parece lógico que una diputada disidente pueda ser excluida del grupo mayoritario de la Asamblea, como exigen algunos ministros del gobierno y algunos compañeros de partido. Agudizaría seguramente las críticas contra el riesgo de autoritarismo señalado por los oponentes. Porque no se puede zanjar un tema tan lleno de matices –como hizo el portavoz del gobierno- con unos pocos estereotipos.

La diputada reconoce que puso un mal ejemplo al comparar la obsesión de mujeres solteras por tener hijos a través de la PMA con otras adicciones sociales de fuerte carga psicótica. Pero critica al portavoz de haberse quedado en la anécdota, sin aportar ninguna respuesta al fondo de sus declaraciones; se atreve a desafiar a cualquiera a que “demuestre que mis comentarios son homofóbicos, islamófobos, xenófobos o yo qué sé. Todo de lo que se me acusa es falso”. Desde luego, aunque sea defendida por otros colegas de LRM, la exclusión de Agnès Thill no sería la primera, aparte de la media docena que ha abandonado el grupo en los últimos meses.

En el primer año de mandato, Macron fue sacando adelante sus reformas casi a marchas forzadas, sin apenas debate parlamentario. Había prometido una “república contractual”, basada en la confianza de que los territorios, la sociedad y los protagonistas se transformación a sí mismos. Pero más bien fue deslizándose hacia cierto voluntarismo tecnocrático: al cabo, los franceses tienen experiencia del despotismo ilustrado. La actual consulta dibuja un cambio de ritmo y de método. Su eventual eficacia no tardará en verse.

El debate se centraría en los grandes temas y cuestiones actuales. Macron comienza su carta cantando las excelencias del estado del bienestar y apelando al orgullo nacional: “Francia no es un país como los demás”…, porque tendría una mayor sensibilidad para la injusticia, la protección social y la solidaridad, y un mayor sentido de la libertad. Sin embargo, todos quieren un país más próspero y una sociedad más justa: “comparto esa impaciencia”; “queremos una sociedad en la que para tener éxito no hagan falta relaciones ni riqueza, sino esfuerzo y trabajo”.

No renuncia al proyecto para el que fue elegido: devolver a Francia su prosperidad; dar prioridad de la lucha contra el desempleo, que se crea sobre todo en las empresas; reconstruir una escuela de confianza y un sistema social renovado para reducir las desigualdades de raíz; replantear el modelo de desarrollo ante el agotamiento de los recursos naturales y el cambio climático.

Esas orientaciones se proyectarían en cuatro temas -la fiscalidad y el gasto público, la organización del Estado y los servicios públicos, la transición ecológica, la democracia y la ciudadanía-, desgranados en una treintena de cuestiones. Sobre la base de que no hay preguntas “prohibidas”, pues se trata de precisar el proyecto nacional y europeo, afrontando el porvenir con nuevas ideas.

Macron, según expresó en una reunión con alcaldes, no querría que Francia se desgarrase por la cuestión bioética. Pero, de momento, este tema tan sensible está desgarrando el grupo de LRM en la Asamblea Nacional. Como puede desgarrar a todos el debate en marcha, pues no será fácil conciliar las diversas perspectivas ante las grandes cuestiones, en medio de una efectiva crisis de civilización.

 
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