En torno al G7, necesarias reformas mercantiles, fiscales y laborales

Angela Merkel y Donald Trump, en la cumbre del G-7 en Biarritz.
Angela Merkel y Donald Trump, en la cumbre del G-7 en Biarritz.

No será fácil conocer las auténticas conclusiones de los líderes del G7 en Biarritz: los problemas mundiales de fondo les someten a presiones inmediatas derivadas de los incendios en la Amazonia, la grave crisis de Hong Kong, la cuestión nuclear y energética de Irán, o las secuelas de la acentuada guerra comercial entre Estados Unidos y China.

Entretanto, se plantea la necesidad de seguir pensando modelos que aporten un nuevo sentido a las sociedades más desarrolladas, no sólo en la línea de los diversos grupos alternativos presentes estos días en las calles del sur de Francia (de momento, en términos deliberadamente pacíficos). El propio presidente de la República francesa acaba de afirmar que “el capitalismo está enfermo”, en línea con sus palabras de junio en Ginebra ante la Organización Internacional del Trabajo.

Inicialmente, el G7 debía abordar el problema de las desigualdades en el mundo: esta cuestión tiene también muchos aspectos jurídicos de carácter laboral, algunos clásicos –recogidos en los sistemas tuitivos vigentes en la mayor parte de los países occidentales, así como en tantos documentos de la Organización Internacional del Trabajo, con sede en Ginebra-; otros, planteados por el nacimiento de la economía colaborativa, especialmente en el ámbito de la prestación de servicios.

Pero el desarrollo de lo que se sintetizó como “uberización” de las relaciones laborales, está necesitado de revisión, como muestran serios conflictos colectivos, por ejemplo, el sector del taxi en España, la huelga de Deliveroo en Francia o la de trabajadores de Amazon en diversos países. Se han ido estableciendo nuevas regulaciones administrativas y los tribunales de algunos países han dictado sentencias contra el posible fraude de pasar como autónomos a trabajadores por cuenta ajena.

Las estrellas nacientes del espacio digital han de revisar las condiciones del trabajo, el estatuto de los trabajadores, su remuneración, el acceso a los derechos sociales. Cuando se automatizan despidos mediante algoritmos que miden la productividad, no parece coherente hablar de economía colaborativa… Las nuevas tecnologías dejan en el camino víctimas que recuerdan las de la primera revolución industrial, que justificaron el nacimiento de los sindicatos obreros.

En cuanto al sistema económico en su conjunto, está teniendo mucho eco el posible cambio de rumbo de la patronal americana Business Roundtable, que reúne a 193 de las empresas más grandes de Estados Unidos, empleadoras de 15 millones de personas: en una tribuna aparecida el 19 de agosto en New York Times, explican su apuesta por la responsabilidad social de la empresa; la prioridad casi exclusiva de los gestores no debería ser cumplir los deseos de los accionistas; han de tener en cuenta a cuantos están implicados en la vida de la empresa (los stakeholders), incluidos consumidores, así como la protección del medio ambiente. Supondría una ruptura radical con el principio vigente atribuido a Milton Friedman: la gran responsabilidad social de la empresa sería aumentar sus ganancias.

Junto a los elogios, han surgido enseguida las críticas, para aquilatar las consecuencias, en tiempos en que no se sabe, pero se teme entrar en cierta recesión. Se duda de su viabilidad ante las incertidumbres acerca de capítulos fundamentales como la Inflación, el endeudamiento, las tensiones geopolíticas.

En todo caso, se extiende la convicción de la necesidad de nuevos modelos, hacia un sistema más humano y más respetuoso con el medio ambiente. No faltan quienes ven todo como un cambio de imagen de quienes siguen buscando beneficios frenéticamente. No siempre las palabras están en consonancia con las políticas reales. Pero empuja mucho la joven generación, el ambiente social contra grandes empresas (farmacéuticas, digitales, energéticas), la sensación de que el bienestar de todos no deriva del de los accionistas, y el relativo estancamiento de los salarios. En el caso de EEUU, los líderes se ven forzados a tomar postura ante las elecciones del 2020. Más ordenancista la cultura francesa, estas reivindicaciones están presentes en el proyecto de ley de reforma de la empresa (“Pacte”: plan d’action pour la croissance et la transformation des entreprises).

No se puede olvidar tampoco el problema del encuadre jurídico de los gigantes de Internet, que están alcanzando un poder impensable, carecen de una regulación fiscal adaptada a sus circunstancias, y no acaba de encauzarse el gran problema de la protección de datos, que apenas ha comenzado su iter jurídico. Es un problema en sí, con intentos de regulación en algunos países, pero inseparable de la necesidad de construir una nueva fiscalidad mundial, a la altura de la globalización. No es fácil, como muestra la reacción del presidente Trump ante la tasa establecida en Francia: penalizaría a las grandes compañías americanas (las llamadas GAFA). Y amenaza con represalias contra los vinos franceses…

 

Apenas señalo grandes cuestiones derivadas de la globalización, que exigirían un liderazgo político que dé alas a la evidente iniciativa, también social, de los empresarios. La clave está en valorar de veras el largo plazo, sin quedarse en objetivos alicortos: en el caso de los políticos, quizá meramente electorales.

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