Pasar el tiempo o vivir mi vida es cuestión de mentalización

Andaba por la calle. Junto a mí, caminaba una niña de unos doce años. A su izquierda, su padre. Pasamos junto a un banco. Un chico estaba sentado y sobre él, una chica a horcajadas, en actitud más que cariñosa. Si no llevaran ropa daría igual. La niña se quedó mirando fijamente a la parejita. Al seguir andando calle abajo fue girando la cabeza sin perderlos de vista aunque ya quedaban detrás de nosotros. El padre le dijo: “No mires para atrás”. “¿Por?”, preguntó la niña. “Porque te puedes tropezar”. Fin de la conversación.

¿Percibió el padre lo que estaba pensando y sintiendo su hija al ver eso? ¿Pensó la niña que su padre no se daba cuenta de lo qué ocurría dentro de ella? ¿Sintió que así nunca le iba a comprender?

Mi impresión fue que el padre sí se daba cuenta, pero la hija se quedó con la sensación de que él no tenía ni idea y sin más le corregía por algo que nada tenía que ver con su realidad interior (de cabeza, sentimientos y emociones) ni con su realidad exterior (como tenía la cabeza girada mientras seguían andando). Hubo poca mentalización.

La mentalización es la actividad que permite la comprensión del comportamiento propio y ajeno en términos de estados y procesos mentales, además de explicarlo y predecirlo. “He descubierto que puedo estar consciente y no sufrir”, me decía un paciente.

Permite conocer y focalizar los estados mentales e inferir y atribuir, al sujeto de acción, aquellos estados que den cuenta de su conducta. También es de utilidad para la regulación emocional y para unas relaciones interpersonales satisfactorias. Se está estudiando su utilidad en el tratamiento de algunos trastornos de la personalidad y en la terapia familiar.

Mentalizar, esta función reflexiva, no es sólo un proceso cognitivo. Ya Ortega y Gasset explicaba: “Si queremos describir puramente los fenómenos psíquicos, necesitamos primero dibujar la gran topografía de nuestra intimidad. No somos una sola cosa, un área monótona y como un espacio homogéneo donde cada punto es idéntico, o poco menos, al otro. Hay en nuestro interior zonas, estratos, orbes diversos, cuya diferencia nos es, de sobra, aparente”.

Me contaba un amigo: “Encontré una agenda moleskine en la calle. La abrí para ver si ponía de quién era y sí: in case of loss please return to: ponía un nombre, un teléfono. Y seguía: As a reward: y estaba escrito “una sonrisa”. Sonreí al leerlo y me entró gran curiosidad por conocer a su dueña. Marqué el número. “He encontrado su agenda en el vestíbulo del edificio de Rectorado”, le dije. “Qué bien, muchas gracias por llamarme, déjela en información”, me contestó. Le exigí mi recompensa. “Ya la ha cobrado”, afirmó, “no me refería a mi sonrisa, sino a la suya”. ¡Qué capacidad de mentalización de la dueña!

La función reflexiva sobre las representaciones que hago de mí y de los demás, me pueden ayudar a “vivir más presente el presente”. La capacidad de vivir en presente cada instante hace que, a través de mi vivencia, el tiempo deje de ser tiempo, para ser una historia personal.

El tiempo pasado pasará a ser tiempo histórico, mi vida una historia personal de amor. Es gracias a la acción presente -de mi cognición, de mi emoción, de mi cuerpo- como el tiempo se convierte en historia. Es la diferencia entre “el pasar del tiempo” y “el vivir mi vida”. De esta forma, cualquier tiempo pasado es ya mi historia, la historia de mi vida, que soy capaz de contarme, identificarme con ella y saber que es cierta.

 

A lo mejor entre el padre y la niña que miraba a la

pareja del banco hay tanta sintonía y comunicación que ambos conocen de forma reflexiva el estado mental del otro y son capaces de comprenderse con pocas palabras y sentido del humor. Ojalá, si no, ya les ayudaremos a mentalizar.

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