El veredicto de Vista Alegre

El jueves, en la plaza de Vista Alegre, se escuchó un sorprendente grito: “Zapatero, dimisión. Zapatero dimisión”. La voz unánime de dieciséis mil dirigentes sindicales sonó atronadoramente clara, escenificando un hecho que se constituye en punto y aparte, en un ominoso hito para el futuro del presidente del Gobierno. En el recinto madrileño se ha escuchado un veredicto: Zapatero, vete.

Quienes se desgañitaban a coro en Vista Alegre no eran ingenuos ciudadanos, reunidos al acaso y de improviso, sino personajes movilizados y con militancia acreditada. Por ello su clamor resulta mucho más rotundo.

Jamás José Luis Rodríguez Zapatero habría imaginado, ni en sus peores sueños, que la demanda de dimisión iba a venir precisamente desde los sindicatos. Y menos aún desde la central hermana, UGT, cuyos miembros coreaban el lema con igual o mayor fuerza que los compañeros de Comisiones.

¿Qué está ocurriendo? Pues que las bases de los sindicatos están pasando por encima de sus cúpulas. Desde luego, han sobrepasado a la de UGT y a su secretario general, Cándido Méndez, que en la plaza de Vista Alegre no sabía que expresión adoptar, viendo a los suyos gritar contra un presidente de Gobierno socialista, y, además, amigo suyo. Porque, como se ha contado en las páginas de ECD, la magnífica relación personal con el inquilino de La Moncloa se mantiene intacta a pesar de la convocatoria de huelga para el 29 de septiembre.

La venganza de Cristina Garmendia

Una de las cosas que no desearía José Luis Rodríguez Zapatero es que se contagie el ambiente de derrotismo, ya bastante asentado en las filas de su partido y en el Gobierno. Ese estado de ánimo constituye una de las enfermedades más contagiosas, y es un sentir que el ciudadano percibe con rapidez meteórica. Si la gente asume la idea de que la derrota resulta inevitable, inmediata e irremisiblemente abandonarán a su suerte al candidato a perdedor.

El anuncio de que la ministra de Ciencia y Tecnología le ha plantado, de que se marcha del Gobierno, es una puñalada política en el hígado de un presidente, que no quiere, por nada del mundo, proceder a una crisis ministerial, cartucho que desearía no gastar ahora sino guardar para tiempos más propicios. Pero, tal como le han puesto las cosas, le va ser muy difícil aguantar sin proceder a una remodelación.

La comunicación de su voluntad de abandonar solamente la conocían, en principio, dos personas: Garmendia y el presidente. Y hay que suponer que no ha sido este último quien ha difundido la especie. Todo apunta a que la ministra, no solamente le ha presentado la dimisión, sino que ha querido que se supiera, como así ha ocurrido.

No hay que descartar que esta jugada sea una venganza de Garmendia por el desairado papel que le han obligado a desempeñar como ministra. Llegó al Ejecutivo como un fichaje poco menos que estrella, como la niña bonita del equipo, rica y lista además, la guinda del pastel, en fin. Cuentan que su estilo había cautivado, políticamente hablando, a Zapatero. Sin embargo, lo que ha venido a continuación ha sido para ella lo más parecido a una pesadilla.

 

Casi desde que fue nominada, Garmendia ha soportado en el ministerio carros y carretas. Además de ser vista en el partido como una advenediza, y de sentirse por ello una desclasada, sobre todo ha debido soportar que le recortaran drásticamente el presupuesto hasta dejarle incapaz de hacer nada. Y la última faena ha sido que le sustrajeran gran parte de las competencias para entregárselas al compañero Ángel Gabilondo.

Así que, desengañada y abandonada, no ha tenido otra ocurrencia que soltar el problema el presidente del Gobierno en el peor momento posible, cuando la estrella de Zapatero amenaza con la extinción. Lo que pasa es que Garmendia no es una política ‘normal’, una más dentro del socialismo. Ella no ha de bailarle el agua al jefe, como les ocurre a la inmensa mayoría de ministros, altos cargos, diputados, alcaldes, concejales y jefes de negociado. No teme represalias, ostracismos ni castigos a perpetuidad porque, por familia y por trabajo desempeñado, tiene asegurada la vida fuera de la política. Por eso ha podido permitirse el lujo de zamparse frío el famoso plato de la venganza.

El otro Bambi

Para más amarguras, Zapatero asiste asombrado a la batalla que se está dando en el Partido Socialista de Madrid. Asombrado, porque nunca hubiera creído que un político como Tomás Gómez, aparentemente tan poco cosa, desafiara a los todopoderosos y omnipotentes José Blanco, Alfredo Pérez Rubalcaba y demás cortejo de prebostes. Lo que pasa es que la aventura del de Parla empieza a recordar a aquel joven diputado de León que, junto con un pequeño grupo de compañeros de escaño, empezaron la cruzada contra una dirección del PSOE altamente contaminada por la corrupción, a la que había que desalojar. Y lo consiguieron. Así que el paralelismo podría ser algo más que una suposición.

Por si fuera poco, dicen que Gómez ha asumido el estilo, las formas, el tono y el comportamiento de aquel Zapatero primerizo, el que llegó por puro churro a la secretaria general, y el que ganó por sorpresa unas elecciones que nunca debía ganar, 11-M mediante. Ya se habla de un nuevo Bambi, Tomás Gómez. Es decir, para el actual líder socialista, cuña de la misma madera. Que es la peor.

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