Amar o fiebre del sábado noche

Decía Julián Marías que entender que el hombre es “criatura amorosa” es clave para cualquier progreso personal o social, para la plenitud de todos y cada uno de nosotros. Pero parece que, lejos de verlo así, tenemos a menudo una comprensión fragmentada y materialista de la vida y de las personas, cosa que transmitimos a los más jóvenes, de muy diversas maneras. ¿Verdad que estamos de acuerdo en que no somos meros “organismos” despersonalizados, sometidos a las leyes naturales –físicas, biológicas, psíquicas y económicas-, sin horizonte ni exigencia de amor?

Por eso, pienso que hablar de juventud debería ser cuestión de amor, de entrega, de ideales. Pero la verdad es que tenemos a nuestros jóvenes rodeados de multiformes anzuelos de vulgaridad. En concreto, y por ejemplo, muchos ven el fin de semana como tiempo de olvidarse de quienes son, de saltarse todas las normas, caer en todos los excesos a su alcance, con el telón de fondo de unas relaciones sociales marcadas por el no compromiso.

No nos engañemos, estadísticas detalladas lo confirman, el ocio nocturno juvenil es en muchas ocasiones como una dictadura de los instintos, que tiraniza los afectos y la razón. Ir “de marcha” se puede convertir fácilmente en embriaguez, drogas, violencia y degradación sexual.

Hemos de aprender y enseñar a desconectar, pues está comprobado que muchos jóvenes acuden al alcohol y a las drogas como “descanso”, para evadirse de las dificultades, trabajos o “aburridas” inercias de la semana.

Para introducir unos hábitos más saludables, al principio va a ser imprescindible abrir un abanico de posibilidades muy variadas, en las que todos podemos disfrutar:

-          Prácticas deportivas

-          Salidas y paseos para estar más en contacto con la naturaleza

-          Actividades diversas de voluntariado y prácticas de bricolaje

-          Visitas de cultura y arte

 

-          Disfrutar de la música, la expresión plástica, el cine y la lectura

Para ello, hemos de facilitar que a nuestro alrededor se pueda ver la vida con amplitud de miras, sin encorsetamientos. Y darnos un baño de realidad, elegir la felicidad y conquistarla, para construir ya una vida perdurable, sin esperar a los planes del Imserso.

Urge detenerse a reflexionar, mejorando nuestras ocupaciones de tiempo libre. Pero no por ñoñería, ni siquiera por mantener la línea, sino porque, a cualquier edad, nos hemos de sentir llamados a hacer algo grande. Más aún, a ser “alguien” para los demás, incluso con limitaciones personales o interferencias externas.

Un medio necesario es que entendamos todos el educar como una pasión. Que los más jóvenes vean en nosotros amigos fiables y próximos. Recordémosles que ellos mismos han de ser los constructores de su edificio moral, cultural y espiritual, sin darles un sistema de respuestas a nada preguntado. Se han de plantear muchos interrogantes, han de pararse a pensar. Y nosotros hemos de oír, receptivos, sus críticas. Van a descubrir que, de jóvenes o de adultos, la única manera de no convertirse en cenutrios ciudadanos esclavizados es salir de uno mismo, descubrir a los demás, su entorno y su infinito valor como personas.

En todo caso, no dejemos de transmitir sólidos criterios de vida, que sean buena base para su futuro, pero sin imponer ninguna fe a machamartillo. Sólo con la firmeza necesaria para templar el carácter de las nuevas generaciones de hombres y mujeres que tantas alegrías nos darán. Tocarán el misterio de la existencia, comprobando que ser moral es ser humano. Así pues, juntos, con sus primeros asombros, volveremos, padres, profesores, amigos, a encantarnos, a rejuvenecernos con sus ilusiones, sus rebeldías y sus luchas.

Pues venga, asumamos sin miedo el riesgo de la libertad, siempre nuevo cada día, poniendo en juego toda nuestra capacidad de amar, dando respuestas esenciales a nosotros mismos y a los demás.

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