Aprender del cine y del Camino de Santiago

Desde hace años tengo la suerte de pasar unos días de descanso en un pequeño pueblecito asturiano, concurridísimo de peregrinos que van hacia Santiago de Compostela. Este año, a pesar del trágico accidente de tren, o tal vez por esa misma solidaridad que nos salió a todos a borbotones, no me resisto a explicar la estupenda sensación de ver esa abigarrada procesión de jóvenes y menos jóvenes, que, con una meta clara y motivante visitan el corazón más occidental de Europa.

Creo que este antiquísimo itinerario no es más recorrido que encuentro, no es más aventura que reflexión. Y, ya sea por el camino Francés, Aragonés, Primitivo, Vasco, del Norte, de la Plata, Sanabrés, Portugués, Catalán (por S. Juan de la Peña) o Batzanés, doscientos mil peregrinos se espera que lleguen allí este año, a caballo, en bicicleta, o a pie.

Se dice pronto, pero hay que verlo, hay que vivirlo. Y, los que no estamos para muchas troteras ni danzaderas, al menos podemos hablarlo. Conversaciones de toda una vida, condensadas y venidas desde cualquier lugar del mundo. Amistad de mirar con el alma entera.

En Soto de Luiña, a la sombra del acogedor soportal de su iglesia-hospital de peregrinos, converso en descansada tertulia con Óscar y Dani, dos jovenzuelos, ya trabajados por la vida. Desde Gijón salió el de Zaragoza, desde Irún el valenciano. Me explican que tiene El Camino emoción y amenidad, como los buenos elementos de las buenas novelas. Se encuentra uno con piedras y paisajes, que son amor, más que eso mismo. Aprende uno a penetrar en el alma de las cosas, me dicen, enseñanza imprescindible para toda la vida, les digo yo.

Ni orgullo, ni mordacidad ni extravagancias encuentras en los peregrinos. En su ligero compás de pies, o de pedaleo, se ve la lógica nueva que ha de superar tantas crisis y tensiones, la esperanza segura de ser feliz viendo el mundo con los ojos del otro. Andar juntos...

Experiencias, constancias y superaciones de todos los colores y culturas. Amistad y comprensión, entrega y conversión. Como en la inspiradísima película recién estrenada de Pierre Duculot, "Una casa en Córcega", con la que disfrutaremos asistiendo a un viaje a las raíces del hombre, como medio y concreción de cambio y renovación personales.

Sí, ¡y así en todo! Y, ¿por qué no durante nuestras asfixias ciudadanas y egoístas? O, ¿acaso ignoramos la huella espiritual que puede dejar el hombre, incluso en las cosas más sencillas?

Que todos descubramos nuestro "Camino de Santiago". Así, trabajando o de vacaciones, dirigiendo exitoso cine o en la escondida labor bajo inclementes circunstancias, el abrazo que más importa lo vamos a tener asegurado.

 
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