¿Becas o fraude en la exigencia?

Un reto para cualquier demócrata es facilitar que el juicio de la realidad pueda enseñorearse sobre el prejuicio de la ideología. Aquí tenemos una buena solución a tantos problemas de nuestros días. Una vacuna para tantas inercias de progresismo barato, o de nostalgias de otros tiempos.

Necesitamos todos sentir la realidad y hablarla, sacarla de uno mismo y ponerla a debate. El todo vale, ya va a dejar de ser la norma de conducta. Ya se empieza a ver que el progreso no es reconocer derechos que muchas veces sólo son deseos de un placer sin límites, o de relativizarlo todo.

Nuestros gobernantes han de escuchar a la sociedad entera –en algunos casos especialmente a los padres y madres de familia-, no sólo a los de su cuerda, ni sólo hacer políticas de escaparate, que son pan para hoy y hambre para mañana.

Es el caso de las nuevas “becas salario” que, como caramelo a la puerta de un colegio, encandilan a quienes ignoran la amargura final de esa chuchería. O, ¿acaso no es pernicioso pagar por hacer sencillamente lo que corresponde a cada uno, según su responsabilidad personal? ¿Acaso no es un despropósito y una injusticia intentar mejorar el fracaso escolar o el abandono universitario a puro chantaje económico?

Estaremos de acuerdo en que un buen sistema de becas es una de las mejores garantías para el derecho a la Educación, reconocido expresamente en nuestra Carta Magna. Por eso, se han de promover las becas de excelencia, justificada beca-salario para aquellos alumnos que por rendimiento escolar y necesidades económicas sean acreedores de merecérselas.

O también las de equidad, adecuando las ayudas al estudio en función de la renta familiar según el número de hijos o las posibles discapacidades de los alumnos. O para potenciar la demanda y el número de titulados de FP de Grado Medio, y para la Formación Profesional de Grado Superior mediante un sistema de becas Erasmus.

Pero no cambiemos el sentido de las cosas. El estudio precisa esfuerzo y sacrificio, tan contrarios a la cultura-ambiente del “que me den”, “sólo el placer me inspira”, “trabajar poco y ganar mucho”…

Qué negativo sería, para el conjunto de la sociedad y para ellos mismos, acostumbrar a nuestros jóvenes a la “semanada de papá Estado”. ¿Dónde quedarían la sinceridad, desparpajo e inconformismo tan propios de la juventud? ¿Quién pagaría esa ausencia de ambición vital? ¿Quién los defendería del Estado embaucador?

O, ¿alguien prefiere ciudadanos irreflexivos, egoístas, enloquecidos por el consumismo, la prisa y el ruido? Evidentemente educamos para hacer hombres y mujeres felices, personas que aprendan a conocerse, a aceptarse, a rendir al máximo de sus posibilidades, evitando también la frustración de aquellos que tengan inteligencias más modestas.

 

Viene a cuento recordar que nuestro trabajo o estudio, por humilde y sencillo que sea, consiste en una transformación intencional de la realidad, para mejorarla y obtener un beneficio para uno mismo y para los demás. Que en el caso del estudio es un beneficio diferido, a más largo plazo. En todo caso, trabajar o estudiar con competencia profesional es uno de los mejores servicios que podemos hacer a la sociedad.

Aunque, a última hora, nadie en su sano juicio va a desear un pacto con la mediocridad. Pues ¡ea!, políticos y mandatarios diversos, no olviden que el trabajo-estudio de las gentes no puede ir separado de la naturaleza y dignidad de la persona. Déjense de confusiones electoreras y luchen con honradez por la excelencia, ustedes también.

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