¡Cataluña, mon amour!

Ahora, vista en perspectiva nuevamente la realidad, todos constatamos que en Cataluña se están perdiendo estupendas energías en defender lo que no es prioritario para la gente de la calle; a la vez que se manipula, especialmente a los más jóvenes, con un sentimentalismo político que lo empapa y lo confunde todo.

Digo esto por el evidente apasionamiento -ínfulas de los mass-media- y el pensamiento único que ya no es disimulable: ocurre ahora especialmente en el “cuarto poder” catalán y entre autoridades y personas significadas que van por Cataluña como por su cortijo particular.

Se ven personajes e instituciones subvencionadas que buscan obligar a la gente, para eso no existen los territorios, a vivir en una sociedad donde el bienestar suplante al bien común; donde los particularismos se recluyan, absortos, sesgados, dando pie a un individualismo hedonista que no ve más allá de sus propias narices, que campa, anacrónico, a sus anchas.

Pero no es demasiado tarde, nos queda la ley de la razón y la razón de la ley; y, siempre, siempre, siempre, más comprensión y cintura para andar los caminos dentro de “los zapatos de los demás”. En concreto, los catalanes hemos de conllevarnos con los demás españoles y al revés: eso solo será posible desde una actitud de generosidad, cosa que en tiempos de vacas flacas siempre fue más difícil.

Sea como sea, nos merecemos unos políticos más sabios y prudentes, que consigan la unidad dentro de la diversidad. Pero, y hete aquí la solución, para eso urge parar a los aprendices de brujo secesionistas que, en tantos ámbitos, parecen disfrutar haciendo peligrosos experimentos.

¡Pues hasta aquí hemos llegado! Una cosa es el patriotismo chico, potente y respetabilísimo en el nacionalismo, y otra cosa dejar la fortaleza constitucional del Estado solo en manos de una parte de éste.

Salvando las distancias, es como aquellos padres de familia que, por falta de criterio o falta de determinación, ante sus hijos adolescentes van cediendo en su autoridad, van haciendo dejación de deberes, y derechos, y permiten que el mozalbete en cuestión se les suba a las barbas y hasta les chantajee.

Como el adolescente que no consigue tener una visión global de la realidad, algunos creen ser el ombligo del mundo, y piensan poder relacionarse a su capricho con ese mundo. Y no, esas no son maneras de progresar.

En fin, podríamos recordar lo que en circunstancias similares a las actuales decía, en La Vanguardia del 26 de marzo de 1936, Salvador de Madariaga, escritor republicano de gran talento: “Nacionalismos como el catalán y el vasco no se explican más que en nuestra España y que el español que más reniega de España más se ahonda y arraiga en su hispanidad”.

 

Pues venga, no nos pongamos tan huecos, inventando, ¡nadie!, soberanías locales o privilegiadas. ¡Nos duele Cataluña, nos duele España!

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