Cataluña: A río revuelto…

Muchos catalanes han sido maltratados por defender Cataluña. Algunos recibimos palos, siendo imberbes y adolescentes, por gritar a final de los setenta, paseando pacíficamente por Rambla Cataluña: “llibertat, amnistia i estatut d’autonomia”. Tuvimos entonces el Estatut de Sau, que parecía contentar a todos. ¡Bien!, fue un hito en la transición democrática.

Pero ahora, en este nuevo siglo de soluciones globales, algunos han visto urgente dedicar todas sus energías a poner al nacionalismo como meta de su vida y su tarea. Se pergeña en el año 2006 un nuevo Estatut que se adapte a las nuevas necesidades. ¡Vale! Pero algunos mandamases, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, lo llenan de su ideología particular a más no poder. No obstante, la reforma del Estatut de Catalunya es aprobada por referéndum, con el apoyo del 73,9 por ciento de los votos de menos de la mitad de catalanes que acudieron a las urnas. La abstención fue del 50,58 por ciento, a pesar de las carísimas y machaconas campañas institucionales. 

Lo cierto es que en estos días, cuando ya han pasado casi cuatro años desde aquel recurso de inconstitucionalidad contra el preámbulo, 114 artículos, 9 disposiciones adicionales y tres disposiciones finales del texto, y otros seis recursos más, sale una sentencia del Tribunal Constitucional sobre ese nuevo Estatuto de Autonomía de Cataluña. ¡Sentencia que parece no contentar a nadie!

Pero, ¿de qué vamos? Ya lo dije en una ocasión y no fui bien entendido por amigos muy próximos y significados en el espectro político catalán: “En Cataluña ya hace muchos años que se están perdiendo estupendas energías en defender lo que no es prioritario para la gente de la calle; a la vez que se manipula, especialmente a los más jóvenes, con un sentimentalismo político que lo empapa y lo confunde todo”. ¿Acaso es esto falso o difamatorio para alguien?

¡Cómo cuesta llamar a las cosas por su nombre! ¡Cómo, de un extremo a otro, se posicionan personajes poderosos, viscerales, sobre el Estatut de la discordia! Intento ponerme en el lugar de todos y de cada uno de los opinantes, y qué difícil es encontrar sentido común y visión de conjunto.

Por todo ello, no me movilizaré el 10 de julio a favor de quienes han puesto sus energías no al servicio de todos los ciudadanos sino a la obsesión por conseguir una Cataluña de espaldas a España, ajena a su historia, ideologizada, ensimismada a fuerza de prejuicios y desdenes de algunos poderosos.

Porque, desde hace demasiados años las medidas económicas sensatas, que tantas veces Barcelona ha exportado con éxito a Madrid, han sido ninguneadas y substituidas por urgencias y peticiones sesgadas, de políticos catalanes que no han tenido en cuenta las necesidades reales de los ciudadanos:

ni del desempleo,

ni de las familias más necesitadas de atención a la dependencia,

 

ni de la calidad de la educación,

ni de la regeneración del tejido industrial y productivo,

ni del fomento del turismo de calidad,

ni de la mejora de las pensiones,

ni de la contención del gasto público,

ni de una justicia más ágil,

ni de optimizar las inversiones en el sector agropecuario,

ni de la eficiencia de los poderes y servicios públicos,

ni de la defensa de la familia y la natalidad,

ni de la estabilidad de las Pymes,

ni de la deslocalización de grandes empresas,

ni de la protección del derecho a la vida,

ni de la seguridad ciudadana,

ni de la disminución de impuestos…

Julian Marías comentaba en una ocasión que la vida humana y la de las sociedades están articuladas en derechos y deberes y que ambas cosas son necesarias para avanzar. También es hoy significativo que se hable incesantemente de “derechos”, sin ningún rigor, y se olviden –peligrosa memoria selectiva- de lo que significa “deber”, solidaridad”, “coherencia”, “respeto”, “mesura”, “bien común”… ¡Las leyes eso lo han de contemplar!

En un tiempo en que la moral parece haber quedado reducida a un mero acuerdo social, o al resultado de un juicio sobre las consecuencias de los propios actos, necesitamos principios sólidos y modelos claros en las gentes que dicen ser servidores públicos y que tienen responsabilidades de gobierno.

Desterremos pues las falsas seducciones. No seamos invitados de piedra en esta moda de persecución al discrepante, de adocenamiento y de cinismo al por mayor.

Cataluña y los catalanes hemos de estar muy por encima de estas banderías partidistas, de pésimos pescadores en río revuelto.

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