Dignidad humana, democracia y valores

Como ustedes saben, gobernar no es un simple ejercicio de poder, la democracia es mucho más que unos formulismos electorales. Pues, ¡no hay manera! Políticos con todo tipo de responsabilidades -centrales, autonómicas y locales-, personajes públicos de todos los niveles, profesionales de los medios de comunicación e incluso algún juez, olvidan que el punto clave de la democracia es defender y promover lo objetivamente bueno: Esto es los derechos humanos, aun aquellos que no estén de moda, o aunque se refieran a personas con las que no compartas maneras de ver la vida.

Ya mediando este lluvioso mes agosto, vienen al pelo los abusos de poder contra gentes del Partido Popular, los desbarres gubernamentales del verano, las informaciones torticeras, la docta ignorancia, y los enroques orgullosos y cerriles, para hablar aquí de una nueva pedagogía de los valores, centrados en el criterio y la justicia como referencias vitales. Precisamente porque la ética de los valores no puede estar sometida a los poderosos, porque la importancia de los valores no va en relación a los dictados de quien ejerce el poder.

Es cierto que no hemos de olvidar la parte subjetiva de los valores, pues los condicionantes sociológicos, culturales e incluso psicológicos son muy importantes. Pero si queremos educar bien, disfrutar de unas relaciones humanas de calidad, buscando la realidad de las cosas, reconoceremos que hay metas, acciones, supuestos, que valen más que otros, que hay una mínima jerarquía de valores. 

El valor objetivo es el más importante, puesto que las cosas son estimables porque tienen perfecciones en sí mismas. Es así que naturalmente reconocemos como valor aquello que favorece la plena realización del hombre como persona. El término valor añade a la noción de bien la de la atracción del hombre hacia el bien.

 

Padres, educadores y la sociedad toda hemos de facilitar un ambiente en el que ya los más pequeños puedan iniciarse y crecer en valores éticos, estéticos y morales. Hemos de intentar ser conscientes y responsables, tomar criterio, evitando cierta apatía y relativismo ambientales.

En todo caso, para educar bien hemos de acercar a los hijos y alumnos, y acercarnos nosotros, a la realidad, a la naturaleza de las cosas. No es suficiente la educación en valores, es preciso construir el entendimiento para que éste anime en nosotros un mayor anhelo de bien, punto clave de salida para mover nuestra voluntad.

Entonces, en la educación, formal e informal, en la familia, en la escuela, en el centro deportivo o cultural, etcétera, se insistirá en hacer madurar no sólo con el sentido de la verdadera justicia, que lleva al respeto de la dignidad personal de cada uno, sino también con el verdadero amor, como solicitud sincera y servicio desinteresado a los demás, especialmente a los más pobres y necesitados.

Es aquí donde la familia, imponente y principalísima escuela de sociabilidad, puede ayudar a superar conflictos, causados muchas veces por los diversos individualismos y egoísmos, así como a mostrar el bien a través del entendimiento y hacer que la voluntad se dirija libremente a ese bien.

 

Reconozcamos que es imposible la educación en valores si no se reconoce la dignidad humana como su fundamento. O educamos desde y para la dignidad humana o, simplemente, no educamos. Además, ahora hay muchos que se apuntan, perezosamente, a los valores que “brotan” de la votación de la mayoría o de lo que se lleva en televisión. Y ya hemos visto a lo largo de la Historia, cómo acabaron muchas mayorías seducidas y manipuladas.

Por eso, como ni la esencia de los derechos humanos ni la de la libertad es siempre evidente para ninguna mayoría, habrá que exigir a los gobernantes que superen sus aires de relativismo y luchen por el-bien-común-interés-general, antes que por mantenerse en el poder. Pues también los gobernantes han de tener siempre presentes unos principios éticos, que se hallan impresos en la naturaleza humana y que son la razón principal de su autoridad.

Urge, pues, fundamentar-justificar valores básicos no necesariamente sujetos al juego de las mayorías y las minorías. Ya está bien de tanta predicación política que vende una verdad de saldo, acomodaticia y gratis total, fácil pero ruinosa, para ser votada sin pensar mucho y por cuantos más mejor.

Autoridades, den ustedes instrumentos adecuados para el buen razonar de las gentes

–grandiosa la tercera de ABC del lunes pasado, sobre esto, del catedrático César Nombela-, para atraer la inteligencia a lo verdadero, para convertir al hombre a la objetividad de los valores y ya verán como superamos todo tipo de crisis, adversidades y enfrentamientos mezquinos. Para ello, educación, educación, educación.

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