Dignidad y justicia… para todos

En estos últimos días de sobresaltos económicos, gubernamentales e institucionales -¡ay!, sería tan largo describirlos-, me ha venido a la memoria aquello de Sócrates: “cualquier injusticia perjudica más a quien la comete que a quien la sufre”. Palabras fuertes y desconcertantes pero en las que vale la pena profundizar. Y es que urge, en nuestros días y siempre, exigir a los gobernantes y colaborar todos, para crear un clima de convivencia donde impere una verdadera justicia. También porque hemos de evitar la lesión moral, en la raíz, a personas que fácilmente se pueden ver arrastradas a provocar o sufrir acciones injustas, sometidas a estructuras de corrupción, de falta de libertad, de desempleo, de discriminación o de ignorancia de la realidad.

Es preciso tener en cuenta que nadie puede realmente violar la dignidad de otra persona, aunque desgraciadamente sí puede vulnerarla. Comprendo que pueda parecer una cruda imagen, pero es que cualquier atentado contra la dignidad de otro (un violador, un narcotraficante o un asesino) queda siempre en mero intento, porque la dignidad de la persona no puede ser quebrantada más que por uno mismo.

El caso es que, sin llegar a esos extremos, sí que vemos últimamente cómo la libertad y el recto deseo de los ciudadanos están condicionados por demasiados factores externos, alejados del bien común y que provocan dinámicas de injusticia y odio.

 

Y me perdonarán la autocita, de casi hace un año, cuando este que escribe, que no es economista, ni político, pero es trabajador desde los 14 años y padre de familia numerosa, dijo aquí mismo: “En estos tiempos, cuando es imprescindible el factor confianza, quien sólo busque el beneficio inmediato o partidista en vez del servicio a los demás, aparecerá como el principal obstáculo para que se puedan generar expectativas de progreso real y para todos”.

Recuerdo también por este motivo el libro de Víctor E. Frankl, “El hombre en busca de sentido”. En él, explica el destacado neurólogo y psiquiatra austríaco que en aquellos terribles campos de concentración nazis les habían privado de todas las libertades externas del hombre, pero había algo que nadie les podía arrebatar por más que quisieran, su vida interior, su imaginación, su capacidad de evadirse con sus pensamientos. Esa era la libertad más preciada que tenían, incluso despojados de todo lo que a primera vista parece poseer la persona. Esa libertad interior, libertad para pensar, para seguir siendo personas frente a esa situación tan cruel y adversa, les hacía continuar viviendo.

Por otra parte, ahora, evidentemente salvando las distancias, y ante las situaciones adversas que se están viviendo en España, hemos de recordar que la persona se auto-construye con el propio obrar. Ese es el gran reto de la humanidad de ayer y de hoy. Esa es la gran esperanza ante tanto desbarajuste: El hombre y la mujer se perfeccionan en la medida que intentan acercarse a la elevada dignidad de su propia persona, y actúan como tal en cada una de sus tareas cotidianas.

Por eso, sean cuales sean las circunstancias personales de cada uno, independientemente de cómo nos afecte la crisis, valdrá la pena que no perdamos la perspectiva, y vivamos en plenitud de dignidad. Nosotros y cuantos más mejor.

 
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