Educación: pacto de Estado

Al acabar el curso escolar, lleno de lógicas discrepancias y necesarias soluciones, nos hemos de desprender de colores políticos y ser muy prácticos para hacer todos los cambios precisos en nuestro sistema educativo, aunque puedan parecer drásticos o muy criticados.

En muchos asuntos de política educativa ya se han tendido puentes estables, más de los que se dicen. Por eso creo que la LOMCE se merece un pacto de Estado, pues sí aporta y mucho, aunque falta que las inversiones económicas se aseguren en este ámbito, para "no dar puntada sin hilo", ni crear falsas expectativas, ni arriesgar los principios constitucionales de equidad y de subsidiariedad.

Convendremos todos que estos tres puntos que les comento a continuación son básicos, tanto para el propio ministro Sr. Wert como para el mismísimo Sr. Rubalcaba, ya Secretario de Estado de Educación hace 25 años, que sabe perfectamente que muchos asuntos no han ido nada bien en educación y urgen cambios.

1. Escuela de familias, donde padres, profesores y alumnos sean protagonistas necesarios

Es imprescindible una educación participativa, donde el triángulo padres-profesores-alumnos esté el máximo de equilibrado, con una iniciativa estimulante de las administraciones públicas, por supuesto. Los padres tienen que prepararse bien en su importante responsabilidad, ser comprensivos y prudentes y tienen que poder encontrar en las escuelas de sus hijos e hijas un apoyo paciente y continuado en esta formación vital.

En la educación es básico disponer de los buenos ejemplos y las buenas aptitudes de los maestros (exigir y estimar), y los padres y madres de familia hemos de ir por delante. Cuando tenemos coherencia e intentamos vivir aquellas buenas prácticas de trabajo, orden y buena convivencia que pedimos haya en nuestras escuelas, es entonces que construimos los pilares de una educación en positivo, que facilita el esfuerzo de todos y hace superar los obstáculos que puedan aparecer. Es así, con la confianza mutua y la responsabilidad personal, como se optimiza cualquier tarea educativa y será posible desarrollarla con constancia y alegría, ingredientes clave para una educación de calidad.

2. La ilusión de los educadores, raíz de su profesionalidad

Nos hacen falta apreciaciones que estén por encima de los aspectos cuantitativos. De este modo, podremos evaluar sin clasificar, podremos descubrir fortalezas en los alumnos, orientarlos y estimularlos según sus capacidades y aficiones, y así podrán darlo todo y sobresalir. Hemos de poder transmitir conocimientos y métodos de trabajo intelectual con ilusión renovada, con un tono alentador y reconfortante. Más que aprender contenidos (que obviamente se tienen que aprender) son más importantes las competencias que posibiliten a lo largo de la vida adquirirlos con flexibilidad y un sano espíritu crítico, y adaptarlos al servicio de la sociedad y de cada una de las personas que nos rodean.

El profesorado no es una parte más de un rompecabezas, es el aglutinante y el coordinador de las piezas, pues tiene la suficiente perspectiva anímica y afectiva, y la responsabilidad profesional, para contribuir a que la vida y la experiencia de nuestros estudiantes no sean hechos aislados adornados de actividades inconexas. El conjunto de ideas que se van formando en ellos han de poder tener un orden tal que les posibilite pasar fácilmente de unos conocimientos a otros y los puedan compartir y comunicar con sencillez y eficacia.

 

3. Responsabilidad personal de los alumnos, y también compartida De una manera proactiva y valiente, el alumnado tiene que ser constructor de un buen ambiente escolar. Para eso, precisamos siempre tener confianza en ellos, a pesar de las dificultades propias, o de la edad o del entorno. Este clima de confianza favorece poder vivir una libertad responsable, mostrar una actitud solidaria y hacer mejorar el entorno de cada cual, meta imprescindible para la verdadera excelencia.

Como no hay verdadera educación sin responsabilidad personal, ni responsabilidad sin libertad, tenemos que ingeniárnoslas para enseñar en nuestras aulas a considerar las cosas y a razonar; no imponer una conducta, sino mostrar los motivos. Cimentarán así, en sus acciones sensatas, su capacidad de ser libres y responsables, revalorizando la cultura del esfuerzo.

Padres, profesores y alumnos, tanto si somos de la escuela pública, privada o concertada, mejoramos juntos en esta aventura diaria que es la educación; por eso tenemos que estar dispuestos a ayudarnos y dejarnos ayudar, con un esfuerzo amable y contagioso, con un aprecio por el trabajo bien hecho, que nos lleve de una manera habitual a compartir conocimiento y experiencia, y a disfrutar en esa tarea.

En fin, ¿no les parece estupendo? Pues les aseguro que es posible. Lo aprendo a diario de mis colegas, de otros padres de familia, de mis hijos y de sus profesores y profesoras. Y de mis alumnos y de sus padres.

¡Gracias a todos por tan buena compañía!

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