Un “Frankenstein” desbocado

Como en el singular producto de la fantasía de Mary Shelley, magistralmente interpretado para el cine por Boris Karloff, es nuestra democracia un difícil resultado de innumerables tratos, operaciones y componendas, con una transición menos suave de lo que creíamos entender. Pero, este sistema político que nos hemos dado es el que es y, ahora, para revitalizarlo, nos falta descubrir su punto sensible, tocar su fibra mejor, como hizo aquella pequeña niña de la novela de ficción, que tranquiliza amablemente a un Frankenstein descerebrado.

Salvando las distancias, he recordado a la hija pequeña de un buen amigo que, en su inocencia y con sólo cinco años, ya nos ha mostrado muchas veces que sí es posible ser feliz y hacer felices a los demás.

La última infantil genialidad de la niña fue al regresar de unos recados con su padre. Salían en coche del aparcamiento donde estacionaron cuando, después de ya haberlo pedido antes, la niña dice que tiene gran urgencia de ir al aseo. El vigilante del parking les facilita volver a estacionar junto a un servicio. Después, la niña, al marcharse ya, se saca un “preciado” caramelo de menta que llevaba en el bolsillo y se lo da al empleado diciéndole un cariñoso: ¡Gracias!

Mi amigo, pongamos que se llame Nacho, me explica esto maravillado y yo le recuerdo que su hija hace lo que ha visto en su familia. Y es que Nacho es una de las muchas personas que seguro tenemos a nuestro alrededor, que se desviven por todos, que ofrecen más incluso de lo que en justicia deberían dar. Como en aquella temporada de trabajo extra en que llegaba tardísimo a casa, cuando todos sus hijos ya dormían. Y, ante la queja de la peque, su padre la consuela y le dice que, además de ir a arroparla cada noche con cariño mientras duerme, le hará un nudo en la sábana para que al día siguiente ella sepa con certeza que su papá no se olvidó de la afectuosa despedida nocturna.

No nos pongamos sensibleros, pero sí  reconozcamos que por fatal y contrahecha que esté una situación, por horroroso que pueda parecer el Frankenstein de nuestra democracia, podemos y debemos reaccionar. Nos conviene saber que sí hay cosas que marchan bien, que muchas personas, aunque nunca sean noticia, son ejemplo y estímulo para todos.

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Nos urge afrontar dificultades, cortar lo que sea preciso cortar, sajar y restañar heridas, liderar la restauración de un sistema democrático que, de monstruoso, por corrupto y poco eficaz, puede pasar a ser, con sacrificios por parte de todos, un verdadero Estado de Derecho, en el que nunca nadie debería haber bajado la guardia.

Por cierto, no olvidemos que el Frankenstein de la ficción, ignorante, incompetente y fuera de la realidad, acabó arrojando al lago a la pequeña niña que había intentado comprenderle y ayudarle.

Por eso, no podemos quitar importancia a las vergonzosas situaciones, económicas, políticas y sociales, que estamos soportando últimamente en nuestro país. Los que mandan han de ir por delante en el ejemplo, han de tener ingenio como el de mi amigo Nacho con su “nudo en la sábana”, han de rectificar para unir fuerzas en el servicio al bien común, o si no que se dediquen a otra cosa.