¿Morir?

La genialidad de expresar ideas profundas en pocas palabras le llevó a Ramón Gómez de la Serna a escribir: "Lo malo para los que no piensan en la muerte es que la muerte no deja de pensar en ellos”. Me van a permitir entrar hasta la cocina de su casa, pero no para hablar de la muerte que Sartre vio absurda y como de lotería. Más bien para verla como un enigma de la condición humana que se nos ofrece impresionante pero no absurdo.

El caso es que, en Occidente, es habitual que en el mes de noviembre se tenga un especial recuerdo de los difuntos, aunque públicamente es un asunto que se toca casi de puntillas, aparte de cierta trivialización “jalogüinesca”.

¿No les parece que la frivolidad ante la muerte, el pasar de puntillas al hablar de ella, el desenfocar nuestra visión para no tener en cuenta su profunda realidad, eso es una importante causa de la pérdida del respeto y reverencia necesarios ante la vida de las personas? ¿No ven en ello una tremenda decadencia, una infravaloración de todo lo humano, un sinsentido que huye de la realidad, un vergonzoso tirar la toalla, un disimulado “si te he visto no me acuerdo”?

Sabemos bien que el desarrollo del hombre conlleva el desarrollo de las reacciones. Reacciones ante la belleza física y espiritual, ante acontecimientos y circunstancias más o menos continuados que nos afectan, ante las dificultades, ante la crudeza o dulzura de nuestra naturaleza humana. Pues está claro que en lo que respecta a la muerte tampoco vale la indiferencia.

¿Quién no apuesta por la ruptura del egoísmo, ganar en delicadeza, estima, honradez y amabilidad? ¿Quién no aprecia el sentido del humor, para afrontar con una sonrisa sincera las dificultades que no van a faltar? Como decía el campesino, maestro de lo concreto y realista a pie de surco: también después de una mala cosecha hay que volver a sembrar. Entonces, ¿quién no se maravilla al saber-creer que la vida no termina con la muerte?

Considero que siempre es buen momento para asumir el reto del futuro en el que todavía hay decisión. Pero sin olvidar el pasado y sin olvidar el río del tiempo en el que somos protagonistas. Es en ese devenir que construimos cada uno un cauce personalísimo. Pues, ¡ea!, no arrinconemos una certeza, la del morir, aunque nos pueda entristecer momentáneamente: reaccionemos valientes y muy vivos, con urgencia para darlo todo.

Una manera estupenda es elevar la mirada como hace Amado Nervo en estos inspirados versos, por encima de lo material, pero sin olvidarlo:

¿Y por qué no ha de ser verdad el alma? ¿Qué trabajo le cuesta al Dios que hila el tul fosfóreo de las nebulosas y que traza las tenues pinceladas de luz de los cometas incansables dar al espíritu inmortalidad? ¿Es más incomprensible por ventura renacer que nacer? ¿Es más absurdo seguir viviendo que el haber vivido, ser invisible y subsistir, tal como en redor nuestro laten y subsisten innumerables formas, que la ciencia sorprende a cada instante con sus ojos de lince?

En fin, no nos hagamos trampas en el solitario, gritemos emocionados como el poeta ante la “amada inmóvil”, para reconocer que la mayor muerte puede ser ya aquí, en esta vida, es la muerte-dejadez del poder de amar. Y eso no da la felicidad, a nadie nos interesa. ¡Queda tanto por hacer!

 
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