Naturaleza y tecnología

Hace unos días me quedó gratamente grabada una escena, aunque tal vez pueda parecer lo más normal del mundo. Es la imagen de una joven pre-mamá en la salita de espera del médico de familia: Escribe concentrada en su teléfono móvil, mientras, con la otra mano, acaricia de continuo y espontáneamente su crecido vientre que alberga al bebé que nacerá. Emocionante simbiosis ¿no les parece? Magnífica combinación de la naturaleza y la ciencia aplicada, ¿no creen?

¡Qué reto para todos, que andamos siempre a la greña con la naturaleza y la tecnología, intentando dominar ambas, pero muchas veces por puro vanidoso egoísmo! ¡Qué importante es poner sensatez entre los medios y los fines! ¡Qué necesarias son unas grandes dosis de sindéresis, ese sentido común para lo bueno, que la gente más sencilla suele tener!

Es un tiempo muy oportuno para desterrar el individualismo moral que, desde la izquierda y la derecha,  acecha a los ciudadanos. Ya toca salir de esta anorexia cultural, ignorante de modos de vida bien pensados y pacíficamente compartidos.

¿Por qué nos resulta tan difícil superar prejuicios e inercias ideológicas? ¿Acaso estamos demasiado escarmentados por “vendedores de humo”, por partidos de “la Bagatela”, como magistralmente argumentara Azorín, en sus crónicas parlamentarias, hace ya un siglo. 

Parece que, por fin, en muchos ámbitos de la vida se empieza a valorar más lo cualitativo, la capacidad creadora humana, como referencia para el éxito. Incluso las cuestiones de tipo biotecnológico se ven más como medio posible que como fin en sí mismas.

Por eso, veo como algo ejemplar ese arte que tienen muchos hombres y mujeres para, con serenidad y sabiduría, atender a todos, llegar a todo, con detalle, con afecto. Es como una unión entre lo técnicamente bien hecho y el servicio sincero a las personas. Pienso que en eso radica el verdadero progreso.

Pero a veces surge un dilema: Optar por lo más humano, también rebosante de nuevas tecnologías, o preferir lo menos humano, que aparece resultón pero, disfrazado de sentimentalismo, no hace feliz a la gente. Ante esa disyuntiva hay que resolver con implicación máxima, con criterio claro y confianza.

Por todo ello, pienso que son nefastas las campañas que enfrentan lo humano y lo técnico, por ejemplo la del Fondo de Población de las Naciones Unidas, cuando dice querer evitar el “calentamiento global” mediante una más estricta planificación familiar.

Que no, que no, que para acoger bien a los 6.700 millones de personas que hay en el mundo, y a los que vengan, es cuestión de administrar mejor los recursos naturales. Ponernos al servicio de las personas, no de la técnica o de la ideología.

 

A ver si a alguien se le va a ocurrir culpabilizar al bebé de la historia inicial, de los fallos en la tarjeta del teléfono móvil que usa su madre, o de que tengamos que seguir ciertas normas de reciclaje. Que nos dé sana envidia esa mamá. Y así busquemos en nuestra actividad diaria muchos momentos para ejercer de grandes entendidos en ciencias y tecnología, y también de expertos en humanidad.

Será la mejor manera de construir una ciudadanía más innovadora y sin complejos

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