Paz: diagnóstico compartido

Mi amigo Nacho vuelve a hacerme pensar mientras reflexiona él en voz alta sobre algunos hechos que viene observando repetidamente en muy diversos lugares y circunstancias. Se refería a la desproporcionada agresividad con la cual algunas gentes –adultos, jóvenes, niños…- reaccionan ante algo que no les agrada o entorpece sus planes.

El caso es que durante la espera en el consultorio del médico especialista que había de atenderle, vivió de forma casi simultánea tres acciones de exigencia desproporcionada, casi violenta, de tres pacientes enfrentados al personal médico y sanitario que les atendían. Una señora criticaba a voz en grito las amables recomendaciones del doctor, en un despacho con la puerta entreabierta. Justo en la consulta de al lado, un joven golpeaba la puerta impaciente quejándose a la enfermera de que era intolerable el tiempo de espera que llevaba, ¡unos diez minutos a lo sumo! Pero es que además, desde el mostrador donde un administrativo atendía las programaciones de visitas y pruebas médicas diversas, llegaban exaltadas voces de un paciente que exigía ser atendido a una hora y día precisos, pues “no le iba bien venir en otro momento”.

Mientras mi amigo Nacho me lo explicaba se me vino a la cabeza aquello que decía Ortega, “la preocupación por la urgente nos está haciendo perder la pasión por lo importante.” ¿Cómo estamos educando?: ¿En el ordeno y mando? ¿En el quehacer perfeccionista pero inhumano? ¿En el beneficio egoísta a costa de los demás? ¿En el tener en vez de en el ser? ¿Qué ejemplo estamos dando los mayores?

Y es que tal vez vivamos obsesionados por la “tranquilidad”, el mínimo esfuerzo, cosa que en ocasiones puede significar someterse a una imposición dictatorial que nos alejaría de la justicia y el respeto. Creo que precisamos todos volver a aprender una historia compartida, con pluralidad de matices, por supuesto, pero con reflexión y con crítica constructiva. De esta forma, vamos a poder apreciar mejor los valores; no solamente vamos hacer las cosas sino vamos a ser conscientes de por qué las hacemos.

Todos habremos visto, con demasiada frecuencia, la violencia en la calle, en la escuela, en los medios de comunicación… Contra los más débiles, contra quien piensa diferente, o incluso cuando alguien, frente a los problemas, presenta soluciones diversas a las propias.

Hemos de llenar bien la mochila de recursos morales e intelectuales ante las dificultades, con voluntad de ponerlos en juego sin contemplaciones, no sólo de modo colectivo sino especialmente en la vida personal.

Eso va a significar poder construir un proyecto de felicidad y paz que va a influir muchísimo en el bien de los demás. Pondremos razón y corazón en las relaciones humanas. Sin ser incautos, por supuesto, pero con aquella actitud de María Zambrano cuando escribía: “La paz es mucho más que una toma de postura: es una auténtica revolución, un modo de vivir, un modo de habitar el planeta, un modo de ser persona”. O en aquella frase como un sol, que destaca en el último artículo que escribió en su vida: “Un estado de paz verdadera no habrá hasta que surja una moral vigente y efectiva a la paz encaminada, hasta que la violencia no sea cancelada de las costumbres, hasta que la paz no sea una vocación, una pasión, una fe que inspire e ilumine”.

Y eso es lo que hizo mi amigo Nacho, pues trascendiendo lo protocolario entabló amistosa conversación con aquel doctor que había sido vituperado, que después le atendió a él; mostró buen humor y optimismo ante la enfermera que le sometió a diversas pruebas y preguntas médicas; y con un sonriente y comprensivo comentario al encargado de programaciones de visitas, quitó importancia a la espera que el mantenimiento del ordenador les obligaba hacer a ambos.

En fin, por mi parte, la verdad es que tomé buena nota.

 
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