Periodistas, terrorismo y censura

¿Por qué nos duele tanto la libertad de prensa en nuestro país? ¿Tal vez nos hemos acostumbrado a tragar demasiados “sapos”, o nos dejamos llevar por la inercia y el conformismo ante una información sesgada? Sea como sea, estaremos de acuerdo en que la realidad es compleja, por eso precisamos de información fidedigna. Y por eso justamente, ningún poder político debería etiquetar los medios y los profesionales de la comunicación como “buenos y malos”, como algunos están haciendo.

La libertad de prensa es indispensable para consolidar los derechos individuales de las personas, para una sociedad libre y democrática. ¡Qué tremenda incoherencia entre lo que se dice y lo que se hace en muchos lugares!

Los periodistas, y en general quienes desde un medio de comunicación nos dirigimos asiduamente a nuestros conciudadanos, tenemos la obligación de decir lo que creemos que es la verdad. Si bien es cierto, que la pluralidad de formación y pareceres hace que un acontecimiento que se observa convexo por un lado puede verse cóncavo por el otro, y así aparecen diferentes versiones, más o menos creíbles.

Lo que es evidente es que se mascan cambios, quizás sea por eso que hemos visto cómo aumentan los periodistas que censuran periodistas, “personajes” que insultan al informador profesional que en las entrevistas afina en su trabajo. O, también, codazos a fuerza de ninguneos y vacíos, o querer apartar a un brillante rival, a pura falsedad y descalificación.

¿No les parece que si queremos disfrutar de unas relaciones humanas de calidad, buscando la realidad de las cosas, reconoceremos que hay metas, acciones, supuestos, que valen más que otros, que hay una mínima jerarquía de valores? Con lo cual, convendremos que en el mundo de la comunicación humana hemos de aprender a hablar, sin prejuicios, el mismo idioma, con un apasionado amor a la verdad. ¡No nos hagamos trampas en el solitario!

Por otra parte, como ni la esencia de los derechos humanos ni la esencia de la libertad es siempre evidente para ninguna mayoría, habrá que exigir a los que mandan y a los periodistas, ¡esos cuatro poderes!, que superen su prepotencia y posible animadversión. Que les una la lucha por el bien común antes que conseguir una portada rompedora, un proceso brillante, una poltrona dorada o unos ministerios de escaparate. Que todos tengamos siempre presentes unos principios éticos, esos que se hallan impresos en la naturaleza humana y que son la razón principal de la autoridad y del prestigio.

Sólo lo antedicho hará posible la prudencia para, por ejemplo, evitar que el sacrosanto derecho a informar sirva de herramienta para la propaganda terrorista. O conseguir, sin fisuras, que la comprometida defensa de las víctimas por parte de gobernantes de países democráticos sea una constante, frente a sus verdugos que buscan equidistancias o negociaciones. Es aquí donde una fina deontología profesional calmará el afán por difundir noticias triunfalistas, o de conseguir un titular llamativo como sea, no quiero ni pensar que fuera propaganda política, confundiendo bomberos con terroristas.

¡Sí!, se vislumbran cambios, pero, mande quien mande, que nadie nos niegue nunca el derecho a informar y a estar informados, sin olvidar un delicado rigor y una gran amplitud de miras.

 
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