¿Reforma laboral, como sea?

Como ustedes sabrán, el pasado viernes salió del consejo de ministros el Decreto Ley de reforma de la negociación colectiva. Dice tener como objetivo el de unir flexibilidad interna en el seno de las empresas y garantizar la protección de los trabajadores. La reforma será ahora remitida al Congreso para su convalidación y posterior tramitación como proyecto de Ley, para lo cual el Gobierno piensa que no tendrá dificultades. Según el texto, se permitiría a las empresas en crisis negociar un convenio propio, descolgar el salario de la inflación y modificar turnos y horarios.

No quisiera meterme en camisa de once varas, pero mucho menos desearía aplaudir el buenismo de un diálogo social de pitiminí, que aparece como engañosa panacea, fórmula mágica, o bálsamo de Fierabrás. Y todavía menos la displicencia del “ya se apañarán”. No nos dejemos aturullar por políticos mediocres. O se difunden ideas claras, o se trabaja con generosidad, o corremos el peligro de deslegitimar todo el tenderete político-social que, queramos o no, es un “mal menor”. A nuestro marco de convivencia política, por supuesto que deberemos pulirle todavía aristas e incluso tutelarlo con una cultura democrática más asentada en cada ciudadano y en cada institución. Sin olvidar que son los mass media correa de transmisión de todo eso, para bien o para mal.

Pero, en este punto, me pregunto, ¿qué político con el suficiente liderazgo tendremos para que pueda recuperar la confianza y aunar voluntades para remozar este país nuestro, tan viejo y tan adolescente a la vez?

Ante el peligro de tanta ambigüedad y cortoplacismo, considero necesario que todos tengamos el “prejuicio” de pensar que la única buena reforma es la que de verdad consiga generar empleo estable. Y por lo que sé, la que se inició ya hace un año no lo ha conseguido, más bien al contrario.

Para lograr confianza y que crezca nuestra economía y disminuya el desempleo, es imprescindible afrontar el desmesurado gasto público, la reforma de las cajas, del sector energético y, claro, optimizar el mercado laboral. Reconozco que para ello seguramente tendremos que barajar como necesarias medidas que no gustan a nadie, que son difíciles de encajar, pero que a medio y largo plazo demostrarán su adecuada orientación y responsabilidad.

Porque, es que el tener trabajo representa uno de los principales factores de motivación en nuestra sociedad actual. Además, se están viendo gravísimos “daños colaterales” del paro, por ejemplo una creciente exclusión social de parte de nuestros conciudadanos.

Pues, ¡ea!, a grandes males, grandes remedios. ¡A saber conjugar economía con pedagogía! Pero sin que el gobierno, cualquier gobierno, tenga que aparecer obligadamente como “sheriff” prepotente y encima torpe; ni los dos macro sindicatos, otrora conspicuos mentores de las autoridades socialistas, se presenten como salvapatrias o conseguidores de ocasión; ni sea la crisis la excusa para recortar derechos sociales.

En fin, que tengamos las más justas y delicadas leyes, que las defendamos. Incluso frente a un poder ejecutivo que hace de su capa un sayo y sólo piensa perpetuarse en el poder. Y, por supuesto, si hay elecciones anticipadas… mejor para todos.

 
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