Salvar vidas

El tremendo dolor del padre de Rayan por la muerte, primero de su mujer y después de su hijo recién nacido, es digno de la mayor compasión. Pero déjenme que les diga que también es preciso compadecer a la enfermera que provocó de manera accidental la muerte a ese bebé, pues su misión era precisamente proteger su vida.

Viene al caso explicarles que en el último año he podido celebrar el nacimiento de hijos prematuros de diversos matrimonios amigos. Precisamente la semana pasada, uno de estos padres, cuya hija nació después de sólo 27 semanas de gestación y con sólo 950 gramos de peso, me explicaba, emocionado y agradecido, la profesionalidad y entrega que todo el personal sanitario tuvo durante el tiempo de hospitalización de su hija, que pronto cumplirá un añito. Él sabía que esa frágil vida pendía de un hilo y que cualquier inconveniente –incluso técnico- podría dejarles a su esposa y a él sin la pequeña.

Pero ocurre que, en contadas y fatales ocasiones, en los servicios de salud de nuestro país, aun siendo de gran nivel, con tantísimas actuaciones médicas, se produce lo contrario de lo que se pretende, que es salvar vidas.

Ya nos gustaría a todos que en ninguna profesión ocurrieran errores humanos. Además, las hay que tienen una tensión extra y las repercusiones de los posibles fallos de su actuación cotidiana pueden ser gravísimas. Pero para eso están los que han de mandar-coordinar los diferentes equipos de profesionales; por la responsabilidad de su cargo han de analizar y atender las necesidades prioritarias y las condiciones laborales de quienes trabajan a pie de obra, o de enfermo, o de alumno, o de cliente; o en transporte de viajeros, o en la seguridad ciudadana.

Los márgenes de error han de poder quedar cubiertos al máximo con nuevas tecnologías, nuevos procedimientos… Con una mayor formación técnica y humana, con una comunicación más fluida entre empleados y directivos, entre funcionarios y autoridades, con unas pautas de comportamiento que eviten inercias y rutinas inconvenientes.

Es así que el trabajo en equipo -enfermería, supervisión, jefatura de servicios, gerencia…- se ve imprescindible. Lo digo porque me explican diferentes profesionales de la sanidad, de gran experiencia, que las dificultades y tareas en los hospitales aumentan y no siempre van acompañadas del personal suficiente.

Por ello, considero que criminalizar a una enfermera que ha tenido un fatal error es tan grave como no intentar centrar el tema en que eso no vuelva a pasar. Por ejemplo, mejorar algo tan concreto como los sistemas de conexión de las sondas nasogástrica y parenteral para recién nacidos, renovar la evaluación de los protocolos de actuación, etcétera.

En España, los servicios de sanidad son de una calidad reconocida en todo el mundo, pero evidentemente pueden tener fallos. Echarse las culpas unos a otros no va ayudar en nada. Por el contrario, una cultura organizativa de mejora continuada, centrada en las personas y su dignidad, va a facilitar el progreso. Eso es un objetivo básico en cualquier quehacer humano, ya sea desde la empresa pública o desde la de iniciativa privada.

O sea, que todo es mejorable y que hace falta más sentido común. Pues ¡ea!, que en eso estemos todos, rectificando y perseverantes.

 
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