Tejiendo el futuro, no envidiemos a Grecia

Pedro Salinas, poeta del 27, rey de los pronombres, tiene un par de versos que, con una libre interpretación "económico-social", podríamos dirigirlos a muchos líderes sindicales o a políticos variopintos que trasiegan estos días por diarios y tertulias con "la lucha de clases" o el enfrentamiento entre "pobres y ricos":

Ninguna soledad me dolió tanto

como esta de los ojos sin respuesta.

Porque no es ninguna contestación sensata decir que la huelga general depende ahora de"cómo esté el ánimo de los trabajadores", o que sobre la nueva reforma laboral han hecho "apreciaciones de inconstitucionalidad". A ver si recordamos todos que, tanto CCOO como UGT han perdido muchos, muchísimos años, en los que deberían haber defendido de verdad a los trabajadores, alejándose de unos gobernantes que, a nuestros ya crónicos problemas estructurales, añadieron una gestión pésima y una doblez monstruosa.

Me han recordado lo anacrónico de los argumentos de aquel profesor que de jóvenes nos arengaba en pro del comunismo, cuando lo que nosotros queríamos era conseguir la mejor preparación profesional, lejos de cualquier adoctrinamiento.

En mi condición de no experto, pero sí de padre de familia numerosa que ha de hacer muchos "números", pienso que la clave del éxito de la reforma laboral está en que tenga una relación directa con la competitividad de las empresas. Eso es lo que ahora conviene y a ello parecen también ir encaminadas otras medidas que está tomando el gobierno de Rajoy.

Es hora de tejer una economía que sirva a la gente, de apuntar alto en la lucha por el pleno empleo, aunque nadie debe ignorar los sacrificios que para los trabajadores supone en estos momentos. Y quiero volver a insistir en que proporcionar a todos los ciudadanos una adecuada educación, que continúe a lo largo de la vida laboral, será la manera de que las personas puedan encontrar un empleo adecuado, con perspectiva de futuro.

Además, considero que el trabajador ha de poder ser, sí aunque suene muy cursi, protagonista de su tarea. Para eso, la empresa, cualquier entorno laboral, no ha de ser sólo una estructura de producción, sino que debe transformarse en un lugar donde hombres y mujeres convivan y se relacionen con todo el mundo; donde el desarrollo personal no sólo sea permitido sino fomentado. Será la manera de que se consideren justamente los méritos y las necesidades objetivas de todos los ciudadanos.

Y es que, considero que no estamos ante un problema meramente económico o socio-político. Pienso que el hecho de entorpecer el progreso de un país, dejarse llevar por el egoísmo, no apostar con determinación por el pleno empleo, constituye un problema ético, porque es síntoma de la presencia de un desorden moral existente en la sociedad, y se precisa un cambio en las actitudes, en el estilo de vida, en los valores. Y en ese cambio nos hemos de mojar todos, del más pequeño al más grande.

 

Por todo eso, no estoy de acuerdo con mi admirado Juan Manuel de Prada, que el lunes hablaba en ABC de "conspiración de cobardes" al referirse, muy crítico, a las nuevas leyes laborales.

¿No les parece que dejarse guiar por un gran sentido de justicia no excluye el poder implicarse en sacrificios por el bien común? Es momento de afrontar honestamente la complejidad de estos problemas, siempre dando prioridad a la persona humana por encima de las cosas, dando prioridad al trabajo sobre el capital. Pero, no es momento de aplicar aquella frase tan gráfica de un buen amigo: "¿Un paso atrás? Ni para tomar impulso".

Algo hay que hacer, en algo hay que ceder, incluso en algún derecho particular, aunque sea para evitar el mal mayor que sería el "infierno de cobardes" de un país catatónico, a la espera de un esclavizante rescate. ¡¿Pero es que alguien envidia a Grecia?!

Convendremos en que nos tenemos que dejar la piel en una solidaridad para el trabajo, para la justicia, para la convivencia, para la confianza en la vida social, no para enfrentar gratuitamente a nadie. Por eso, incentivar el mundo productivo con políticas que eviten la destrucción de más puestos de trabajo y favorezcan la creación de más oportunidades, aunque sea a medio plazo, es lo que toca hacer.

Aunque, por supuesto, siempre buscando un equilibrio entre las exigencias de la competencia, de la innovación tecnológica o de la complejidad de los flujos financieros, y la defensa del trabajador y de sus derechos.

En fin, desgraciadamente somos herederos de una mala educación, a pesar de tantas titulaciones, fraguada a principios de los ochenta en nuestro país, cosa que ha enturbiado el reconocimiento del trabajo como actividad libre, responsable y creativa del hombre. Pues, ¡a levantarse tocan! Nos urge ahora una buena capacitación profesional y como personas, a todos los niveles, para eso la atención a los más jóvenes y a las familias es la clave. Y ser ejemplares, incluso en aquello que nadie tendría derecho a exigirnos.

Así, daremos a la tarea profesional de cada día la misma altísima dignidad que cada uno de nosotros, por el sencillo hecho de ser personas, ya tenemos. ¡Qué gran respuesta y acompañamiento para todo el que pase a nuestro lado! Y para los que vendrán.

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