¿Quién ha incendiado Roma?

Como todo el mundo sabe, una presentación sesgada y selectiva de datos equivale a desinformación. Pues eso precisamente está ocurriendo, con un extraordinario eco, con los casos de clérigos pederastas. Realmente es un terrible asunto. Aunque sólo hubiera un caso de pedofilia de un sacerdote ya sería repugnante, así como lo son un único caso de incesto o un infanticidio.

En este sentido, Benedicto XVI ha hablado con claridad meridiana. Lean, por ejemplo, su reciente carta a los católicos irlandeses

 

http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/letters/2010/documents/hf_ben-xvi_let_20100319_church-ireland_sp.html

Por eso, pienso que este lanzarse a la yugular de Benedicto XVI prueba una vez más que la verdad no es para muchos su principal motivación. No se engañe nadie: los desaforados denunciadores se muestran más complacidos que escandalizados, porque no van contra los pederastas, sino contra la Iglesia.

En nuestros días, como ocurrió con el antisemitismo de antaño, vemos presumir altanero a un anticristianismo militante. Pero a los intransigentes se les ve venir desde lejos, porque recurren siempre a las mismas técnicas estereotipadas para propagar el odio, como aquella tan antigua de acusar a los cristianos de envenenar el agua de Roma o de incendiar la ciudad.

Y a muchos medios, que magnifican lo que les interesa, que parecen desear la estatalización del intelecto, que son la voz de su amo ideológico y utilizan como arma arrojadiza cualquier media verdad, o la ignorancia ciudadana. ¿Por qué no hablan de la muerte constante e indiscriminada de los cristianos de Oriente, sólo por ser cristianos? ¿Por qué apenas tienen un rincón en radios, televisiones y periódicos las noticias de actividades de servicio a los más desfavorecidos, modélicas, de inspiración cristiana y llevadas a cabo por gentes heroicas a más no poder?

Y es que, en el fondo, hay quien espera, o busca y propala desesperadamente, cualquier sombra sobre el cristianismo, tal vez para sentirse justificado por su propia inhumanidad, incluso para hacer oídos sordos a la voz de lo espiritual que habla en el fondo de cada corazón. Pues, ¡no! Ante una desquiciada opinión dominante no puede uno achantarse, aunque tampoco se debe devolver mal por mal.

En todo caso, un observador imparcial advertiría que la autoridad del Papa no queda disminuida pues él nunca ha prohibido denunciar a los curas pederastas, y la "política" de Benedicto XVI está haciendo efecto. Además, la mayoría de las acusaciones que están apareciendo en los medios de comunicación, son casos viejos, sustancialmente cerrados y conocidos desde hace tiempo. A propósito, existen datos fiables que muestran que no hay una mayor presencia de pederastas entre célibes que entre casados.

 

Por otra parte, en este tema, no olvidemos que es ya bien conocido un amargo fruto de la revolución sexual de los años sesenta: ese reducir el amor al sexo y el sexo a mero objeto de placer y de consumo. Pues ojito con las clases-taller de “educación sexual” que algunas autoridades desnortadas vienen imponiendo, se puede pasar con demasiada facilidad de la teoría a la práctica. La depravación está más extendida socialmente de lo que se cree; el problema no es específico de los religiosos, aunque el foco mediático sólo se haya puesto en el clero.  El examen de conciencia debe ser para todos, pues en temas de sexualidad no todo vale, ¡para nadie!

Orientar la vida al servicio de los demás, a altos ideales de desarrollo humano y espiritual, eso es lo que toca ahora. Ver tanta necesidad a nuestro alrededor mueve el corazón y el actuar, y si no la vemos es que sólo vamos a lo nuestro. Amigos, a arremangarse tocan. Abramos los ojos y veremos como, inspirados en el cristianismo, una gran mayoría de gentes se deja la piel y la vida por los demás. Y, a la vez, será necesario cooperar con las autoridades civiles, en el ámbito de su competencia.

Viene al caso pedir que, por favor, escritores, gente de la cultura y gente de los medios, no cometan el gran error de quien se obstina en enfrentar razón y fe, de despreciar las espontáneas manifestaciones de religiosidad de mucha gente, en muchos lugares, pues ignorarían precisamente el motivo al que han de servir, atender la sensibilidad ciudadana verdadera, no la sensacionalista y consumidora de información-ocio que sólo atiende lo atrabiliario o a placeres de usar y tirar.

Por todo ello, me van a permitir que siga defendiendo la vida, desde la concepción a la muerte natural, y la prioridad de la atención a la familia, frente a poderosos que parecen no estimar ni la una ni la otra. Y si por eso me acusan de incendiar Roma, pues lo siento de veras.

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