¡Hay que mojarse, amigos!

Mi amigo Carlos asistió el pasado mes de octubre a cuatro enjundiosas reuniones de padres de alumnos. ¡Cuatro! Él tiene tres hijas y un hijo y su colegio prioriza muchísimo la intervención de los padres, como primeros responsables que son, en la educación de los hijos. Y me explicaba lo estupendo que le ha parecido poder contrastar con otros padres y otras madres las diversas necesidades de cada hijo según su edad y forma de ser. Él y su esposa están dispuestos a poner toda la carne en el asador para sacarlos adelante, ayudándoles a ser personas responsables y capaces de hacer felices a los demás.

Hasta aquí nada nuevo, aunque admirable. Pero, me insiste en algo que les supone un gran estímulo: ver cómo no están solos en esta labor tan importante, ver que otros padres también se afanan e intentan afinar, y que profesores y profesoras se toman muy en serio su trabajo, pues ven la perspectiva y trascendencia que tiene el intentar educar bien, acompañando a las familias, implicándose.

Y este amigo, persona sencilla y nada sospechosa de seguidismo o parcialidad, es quien me dice que, una vez más el sentido común de la gente de la calle se está adelantando a nuestros políticos, la ciudadanía está haciendo importantes sacrificios y demanda sin parar:

1. Justicia justa

2. Solidaridad, aun a contrapelo

3. Honradez y laboriosidad ejemplares

4. Austeridad sensata...

Y me ha recordado algo que esta semana bordaba en una magistral Tercera de ABC, en filigrana de fondo y forma, José María Carrascal: hemos de saber discernir lo que es principal y lo que es secundario.

Vale la pena pararnos un momentín en eso. En mi opinión, es claro, es evidente, es incuestionable, que la pérdida de perspectiva de lo que mejor conviene, para el respeto y la promoción integral de las personas y de sus derechos fundamentales, ha llevado a quienes administran el dinero público a enfrascarse en batallitas partidistas de un quítame allá esas pajas, en vez de ir a la raíz del progreso personal y social, en vez de posibilitar eficazmente el desarrollo de una vida digna de cada hombre y de cada mujer.

 

Y encima, una lluvia de palabras nos está cayendo a cántaros, venida de diversos líderes políticos de nuestro país: propuestas, promesas, planes, ideas, proyectos, propósitos, seguridades, estímulos, garantías, equilibrios, deseos, objetivos...

Pero mal nos va a ir si quien esgrime esas buenas intenciones, sea del color político que sea, sigue haciendo suyo el hamletiano dicho "el jamelgo, que respingue, que nuestros lomos no pican". ¡Hay que mojarse, amigos! Ya no vale eso de hacer de capitán araña.

¿No creen que son demasiadas las personas con responsabilidades públicas a las que parece que nunca nadie haya dicho "lo que vale un peine"; o que no conocen, o menosprecian, la cruda realidad del ciudadano de a pie; que eluden compromisos y graves obligaciones como si no fuera con ellos; que utilizan argumentos en sus proclamas que son tan falsos como juramentos de tahúr?

Y, además, ¿para cuándo defender principios?: la dignidad humana, los principios de solidaridad y subsidiaridad, un actuar social que no sea simple convivencia relacional, sino la búsqueda incesante, de manera práctica y no sólo ideal, del sentido y de la verdad que tiene la amistad y la fraternidad entre las personas; la plena realización del bien común, que precisa de la comunidad política la doble y complementaria acción de defensa y promoción de los derechos humanos...

Por eso, mi amigo Carlos acierta al ciento por cien, ya que se implica y se pone en el lugar de los demás, y se hace uno más para ayudar a otros. Y, además, se deja aconsejar y rectifica, aprendiendo junto a sus hijos. ¡Chapeau!

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