El placer de conversar

He tenido ocasión de estar unos días, con mi esposa, en el País Vasco, fuera de mi ambiente habitual de clases y alumnos, de tareas familiares e hijos. La magnífica excusa ha sido participar en diversas conferencias y mesas redondas sobre temas de actualidad.

Así, hemos podido oír y vibrar, entusiasmarnos y disfrutar, con ejemplares y documentadas experiencias. Desde la pasión por el servicio a los demás de una gurú de la moda, hasta la humildad de la entrega de un contemporáneo colaborador en la India, de la madre Teresa de Calcuta; pasando por una afamada e intrépida joven periodista; o un joven y prestigioso ejecutivo convertido en alma-mater, a pie de obra, de una eficacísima ONG en Etiopía, que lucha por disminuir los graves problemas de hambre y pobreza de un amplio territorio.

En todos esos casos y en multitud de muchos otros que también hemos conocido, aparecía un factor común: El infinito deseo por hacer felices a los demás, eso es luchar por el bien común, y la audacia y determinación para intentar ponerlo por obra.

El intercambio de experiencias -a pura conversación, a espontánea presentación- ha sido fantástico; por lo ejemplar y reconfortante, por lo respetuoso y clarificador.

Recordé a Cicerón que señalaba los tres fines del orador: enseñar, agradar y mover las voluntades. Pero ha sido mucho más que eso, pues al bajar del estrado, la charla, la conversación, ha surgido placentera, motivadora, plena de intercambios generosos, de noticias, de ideas y de sentimientos.

Y si eso además se acompaña de paseos por el puerto viejo de Bilbao, o por la playa de Ereaga, bajo un sol primaveral… ¡Pues no veas!

¡Qué contraste con la verborrea de algunos medios y de algunas gentes! A veces, todos hablamos mucho pero conversamos poco. Compartimos datos pero no pasión. Quizás sea ese el motivo por lo que tantos equipos humanos -gobiernos locales, autonómicos y centrales incluidos- se descoordinan y contradicen. Confunden lo políticamente correcto, con la verdad; lo que es más rentable, con lo honrado; lo que un prejuicio dicta que conviene decir, con lo que es la verdad de las cosas.

Ya se ve que nos hemos de entrenar todos en la buena conversación. Esa que está llena de respeto y de cariño, del ponerse en lugar del otro, del dejarse invitar, del regalo de oír una vida, de compartir entusiasmo, de forjar intimidad entre generaciones, de amor entre personas muy diversas.

¿Una ilusión? ¿Flor de un día? Ni mucho menos. La verdadera comunicación humana, la palabra, es medicina, trasciende lo efímero y lo transitorio. Se eleva sobre nuestras mediocridades y tonteces. Puede y debe ser, punto de partida para el buen progreso personal y colectivo. Va a ser medio necesario para superar individualismos esclavizadores y relativismos de ombligo grande.

 

Pues, ¡ea!, disfrutemos del placer de conversar. Nos lo merecemos. Y el buen gobierno de nuestro país y la felicidad de nuestras familias, lo necesitan.

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Como algunos preguntaron sobre las palabras que cité de Cicerón , en la página 8 del documento de este link http://www.upra.org/archivio_pdf/ao52_pascual.pdf aparece una buena cita sobre ello.

Y para atender, sucintamente, algunas consultas de cómo adquirir buenos hábitos comunicativos, os paso tres párrafos de un libro de Educación familiar, esperemos que de pronta aparición, que he escrito con la periodista Remedios Falaguera y el profesor Óscar A. Matías:

“Somos conscientes de que, para robustecer y progresar en la convivencia diaria se precisa una cierta sintonía. Pues bien, para entendernos hemos de asegurar dos asuntos. Por un lado, “querer-buscar” un conocimiento efectivo de la realidad, saber de las cosas tal como son. Y de otra parte, un respetuoso reconocimiento de la dignidad de las demás personas, por encima de prejuicios y particularismos”. ”Ocurre que ahora, sólo lo automático, lo rápido, lo inmediato es lo considerado bueno. Pero, no olvidemos que en la comunicación familiar y entre personas que se aprecien, existe una lógica de tiempo y espacio que nos lleva mucho más lejos. Hemos de aprender a saber esperar la reflexión, dar tiempo a una respuesta, a una mejora, a una decisión libre y responsable. Eso, aunque sea sobre algún pequeño asunto, es entrenamiento de convivencia, es ternura y cálida presencia”.

“… Descubrir enseguida “el razonamiento emocional” o “lógica de los sentimientos” para poder contrarrestarlo con la lógica racional –objetiva y contrastable- y así evitar juicios de valor e  interpretaciones parciales. La comunicación mejora gracias a la sinceridad y claridad de las exposiciones”.

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