¿Cómo saber dónde están las líneas rojas?

O, podría hablarles de las, unilateralmente, amistades perdidas, si es que lo fueron en realidad alguna vez, por pura intolerancia. O, del despilfarro en el uso de teléfonos móviles por parte de cargos públicos y empleados estatales –en los cinco últimos años se han contratado 41.671 nuevos números,  a cargo de todos los ciudadanos-. Pero, quiero hablarles de gestores eficientes y comunicadores veraces, de cómo la noción que tenemos de la realidad pasa muchas veces por el tamiz de los medios de comunicación. Lo que cuenta la televisión, prensa, radio o cine, por vías tradicionales o a través de Internet, es más que comunicación: es una cultura de masas. Aunque, por desgracia, es demasiado frecuente la manipulación de la información, puesta al servicio de intereses económicos o políticos inconfesables, la presentación de modelos de vida contrarios a la dignidad de la persona, la construcción en el imaginario colectivo de ídolos a seguir pero carentes de unos principios éticos básicos. Frente a eso, considero un gran reto poder conseguir gracias a los mass media una unidad moral, un íntimo y global entramado de valores humanos queridos, buscados y respetados. Convendremos en que es preciso recibir las informaciones con cierto espíritu crítico, con una actitud dinámica y reactiva. Si hay comunicadores protervos o programas que excitan lo irracional también es porque hay gentes “receptoras” que todo lo tragan, a quienes sólo les mueven las vísceras. Ya es hora de ser más honrados, todos, y de dejar a un lado posiciones predeterminadamente sesgadas, que en definitiva se resuelven en cínicos reduccionismos que entorpecen el progreso individual y colectivo. Por ejemplo, precisamos en la familia una utilización madura y responsable de los medios de comunicación. ¡Si periodistas y comunicadores diversos pensaran en sus propias familias a la hora de transmitir una información o realizar un programa! Ha de ser posible emitir mensajes conformes a la realidad de las cosas, es la única manera de que la opinión pública se forme y mejore como persona que debe ser respetada. De no ser así, lo estamos viendo en tantas ocasiones, si se hacen circular mentiras o falsedades, si se jalean conductas inhumanas, cada persona concreta, cada oyente, lector, televidente, o colega de web o de blog, cada hombre o mujer de carne y hueso, es machacado en su dignidad. Parece que estemos en la civilización de la ausencia de límites, de la exaltación consumista, del egoísmo y del derroche sin sentido. Creo que se están traspasando unas líneas rojas que, por el bien de todos, interesa reconocer y desandar. A mi entender, éstas son: -- Despreciar el valor integrador y generador de la familia. -- No tratar en los medios de comunicación el derecho a la vida desde el momento de la concepción hasta la muerte natural, y el derecho a la libertad religiosa, con el mismo énfasis con que son presentados otros derechos humanos menos básicos. -- Enladrillar con parches de subsidio toda nuestra economía, disfrazando los problemas y construyendo una cultura de la irresponsabilidad. -- Poner el beneficio partidista y no el bien común como objetivo de la acción política, sindical, judicial… Si estamos de acuerdo en que ha de haber trabajo para todos, en que se han de garantizar las pensiones y se ha de eliminar el despilfarro, en especial en Autonomías y ayuntamientos, a qué esperan los que mandan para hacer algo. ¿Por qué se desinforma tan a menudo sobre lo que pasa en realidad? ¡Qué fácil es hacer que otros paguen los errores o negligencias de uno! ¿Verdad? ¡Pues, no! Respondamos con responsabilidad y honestidad, con madurez humana e intelectual. Y para ello, necesitamos de la profesionalidad de las gentes de este cuarto poder cada vez más globalizado, radio, prensa y televisión. La historia nos juzgará a todos.

 
Comentarios
Envíanos tus noticias
Si conoces o tienes alguna pista en relación con una noticia, no dudes en hacérnosla llegar a través de cualquiera de las siguientes vías. Si así lo desea, tu identidad permanecerá en el anonimato