Acaba la legislatura de la crispación dura y ruda, en la que Zapatero ha compartido el poder con los nacionalismos

Una legislatura que ha finalizado con Manuel Marín, más ‘mimosín’ que nunca, confesando paladinamente que necesitaba -como el comer- los aplausos de sus compañeros de partido. Y todos le aplaudieron. ¿Todos? Dicen los que estaban allí que Rodríguez Zapatero no hizo ni el menor movimiento.

Una legislatura que empezó con el atentado de Atocha y ha terminado aprobando unos presupuestos por los pelos, y eso que Rodríguez Zapatero se ha ido dejando cabellos en la gatera un día sí y otro también.

Un Gobierno puede ser débil desde el punto de vista del número de escaños y buscar socios permanentes, bien en el Consejo de Ministros, o bien en pactos parlamentarios. Eso exige una cesión de aspectos más o menos básicos de su programa para conceder bazas a quienes le apoyan y poder gobernar. Pero eso no supone –incluso democráticamente puede ser bueno- perder coherencia ni abandonar las líneas maestras de un programa.

Pero cuando un Gobierno emprende el camino de convertir su acción política en una serie de toses espasmódicas, intermitentes y sincopadas, el resultado es un fenomenal ‘colocón’ de antibióticos legislativos que le dejan como unos zorros.

Eso es lo que ha pasado. Desde el primer momento Rodríguez Zapatero se puso en manos de los nacionalismos, sin apenas medir las consecuencias, y ha convertido la legislatura en una carrera sin freno y en caída libre. La reforma de los estatutos de autonomía, los vaivenes incluso semánticos sobre la identidad de la nación española, las continuas bajadas de pantalones en relación a la soberanía nacional o las suicidas dejaciones en materia de enseñanza, hacen que el pagar por mantener en el Gobierno a Magdalena Álvarez sea el chocolate del loro, por más que el loro tome chocolate del caro.

Y como telón de fondo que se instaló el 11-M y todavía sigue ahí, el error –el inmenso error- de la lucha antiterrorista. Rodríguez Zapatero que, en algún momento pensó pasar a la historia como el gobernante que consiguió la paz con la ETA, va a pasar –si es que pasa- a los libros como el gran fracasado en la batalla contra el terrorismo.

Su error fue pensar que podía conseguir la paz con la ETA en vez de dedicarse a conseguir la derrota de la ETA. De ahí vienen todos sus males y esa es su gran equivocación de partida. Al terrorismo, sea el que sea, se le derrota o no se le derrota, pero nunca será posible ni negociar finales, ni llegar a acuerdos entre iguales.

Dice Rodríguez Zapatero que esta ha sido la legislatura de los derechos y lo dice aprovechando el famoso canon digital.

Hay que ser muy presuntuoso para llegar a La Moncloa en el año 2004, con el lastre de  a una dictadura, heredar una Constitución que trae la democracia, asumir una transición modélica, suceder a una generación de políticos, generosos, negociadores, demócratas y defensores a ultranza de los derechos de los españoles, y -tras sentarse como de lado en el sillón presidencial- afirmar eso de la legislatura de los derechos. ¿Significa lo dicho por Rodríguez Zapatero que los españoles, tras la muerte de Franco, no teníamos derechos hasta que nos los concedió el actual presidente del Gobierno? Es evidente que la autocrítica no es el fuerte del dirigente socialista.

 

El problema que tienen los finales de cada legislatura es que están inmersos, de lleno, en la siguiente campaña electoral. Así los balances son triunfalistas por parte del Gobierno saliente y catastrofistas por parte de la oposición que aspira al relevo. En el momento presente en la España política hay mucho de todo eso y lo vamos a comprobar en los meses que nos esperan de aquí al 9 de marzo.

Los flecos restantes de la semana son pura anécdota. Las depuraciones de Llamazares en Izquierda Unida, los rifirrafes en el Partido Popular entre Aguirre y Ruíz Gallardón , las tonterías del lehendakari a propósito de algunas decisiones judiciales en relación con el terrorismo, los chalaneos y abstenciones de algunos nacionalismos en el Senado y en el Congreso, las votaciones fantasmagóricas de los senadores del Partido Popular y hasta los boleros de Diego López Garrido o las jotas de Labordeta son fuegos de artificio ante lo que realmente importa de esos últimos años de gobierno socialista..

Lo que no sabemos si será pura anécdota es la crisis económica, conejos y propinas incluidos.

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