Acuerdos, imposiciones y chantajes

Mas seguirá siendo presidente de la Generalitat. Lo que no se sabe es si se le puede decir aquello de 'per molts anys'.

Mas seguirá en la Plaza de San Jaime gracias a los votos de la Esquerra Republicana de Cataluña que ha seguido un proceso diáfano en cuanto a sus pretensiones: acuerdos, imposiciones y chantajes. Todo ha funcionado con la precisión de un reloj, lo que pasa es que el reloj no está en la muñeca de Artur Mas sino en la de Oriol Junqueras. Y quien lleva el reloj es el que marca la hora que es y a qué hora y en qué momento hay que hacer las cosas.

Y las horas de Junqueras, con Mas de palmero, han ido marcando posibilidades de acuerdos tras la noche electoral, imposiciones y exigencias tras las primeras semanas y un chantaje claro y diáfano para firmar el acuerdo.

Ahora parece el momento de sacar a relucir el artículo 151 de la Constitución, de los lamentos y la inflada de pecho del presidente del Gobierno, de la vicepresidenta y de los ministros del ramo. Ahora es la hora de las declaraciones, de los 'no vamos a tolerar' y demás, pero el mal ya está hecho y las medidas que se puedan tomar serán dolorosas y en muchos casos contraproducentes. El tiempo dirá si la táctica del 'hay que esperar', esta vez, ha valido.

Pero lo que realmente importa es averiguar el porqué ha cedido Artur Mas al chantaje de la Esquerra. Por qué motivos la derecha más recalcitrante de España -junto con el PNV- cede sin, aparentemente, nada a cambio, ante el chantaje de la izquierda más separatista y arriscada.

Lo del nada a cambio es simplemente una apariencia, porque lo primero que salta a la vista, que es la permanencia de Mas en la poltrona, es una explicación pobre y poco consistente.

Quien más y quien menos se malicia que detrás hay una operación 'telón' –algunos la llamarían 'operación taparrabos'- para tapar vergüenzas, y en la política catalana hay muchas. Otros piensan que se trata de una simple operación política para demostrar que, con los resultados de los últimos comicios, no se puede gobernar y, fracasado el intento, habrá que convocar nuevas elecciones con nuevos planteamientos y hasta con un nuevo candidato.

Sea como fuere, pocas cosas hay claras en la política catalana. Mas se ha pasado y lo paga en forma de inclinaciones de cabeza ante quienes, con la testa muy alta, y con las puertas abiertas de par en par, le hacen chantaje cada día.

 
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