Autonomías con tirantes

No por sabido deja de sorprender que, a la hora de buscar soluciones para las dificultades presupuestarias por las que atraviesan las autonomías, a nadie se le ocurra que una de las soluciones puede ser suprimir gastos.

No se trata de recortes y mucho menos de gastar menos en servicios sociales. Se trata de eso, de suprimir. Y puestos a hacerlo, no estaría de más pensar en la inflación y en el solapamiento de cargos cuyas funciones no están demasiado justificadas, en gastos de representación incluso en el extranjero, en asesorías sin nada que asesorar, en viajes inútiles, en cursos y cursillos sin contenidos reales, en edificios cuyo mantenimiento no tiene razón de ser, en congresos con programas y conclusiones irrelevantes etc. etc.

Cuando en las reuniones presidenciales se habla de escasez, se discuten impuestos, se pretenden recaudaciones extraordinarias o se intentan exacciones desorbitadas y hasta injustas, extraña que nunca se hable de apretarse el cinturón y de hacerlo en parcelas que no tienen por qué suponer una merma en los servicios esenciales que se prestan a los contribuyentes.

El problema no está en que tú recaudas más que yo, en que aquel administra mejor o en que el otro suprime impuestos; el verdadero problema está, pura y simplemente, en lo que nos cuestan a los españoles las autonomías y toda la ristra de gastos -si no injustificados, no siempre justificables- que acarrean.

En esa tesitura es difícil convencer a los españoles de que se trata de algo necesario, de que así, las cosas públicas funcionan mejor, de que eso es la democracia y que no hay nada que hacer.

Difícil pero no imposible, si alguien se decidiera a coger el toro por los cuernos de la abundancia y dejara a cada uno en su sitio y en su justa medida.

Aunque siguieran usando tirantes.

 
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