Borrar a Dios

Un día es la placa de la Madre Maravillas en el Congreso de los Diputados, otro será lo anticonstitucional que resulta el Crucifijo en las aulas o la confusión entre laicidad y laicismo. Más adelante será una iglesia construida en un mal sitio o un cura pederasta. Habrá que leer titulares sobre la ‘crisis’ de la Iglesia y sobre el derecho de las otras religiones conculcado por los católicos. Tampoco puede faltar la Iglesia ‘facha’ aliada con el franquismo y culpable de todas las cunetas que hay en España.

Son antiguos, retrógrados y además repiten los mismos argumentos caducos y trasnochados. Dicen lo mismo que decía Azaña, con la diferencia de que don Manuel era infinitamente más inteligente que estos de ahora. Son demagogos de café y carajillo de casino de pueblo.

De momento, Dios les molesta. Sólo de momento. Muchos de ellos a la hora de la verdad buscarán la Verdad, por aquello del por si acaso.

Pero con independencia de aspectos personales, lo cierto es que estamos asistiendo a una especie de epidemia. Se trata de borrar a Dios de la vida pública, de relegar a los creyentes a la sacristía y de presumir de descreído, de laicista y hasta de agnóstico aunque no se sepa muy bien que es eso.

Otros harán gala de su ateísmo: ‘no me arrepiento de nada porque no creo’. Haciendo caso omiso de la pobreza del razonamiento, sí hay que resaltar como la sociedad admira a estos personajes por el solo hecho de declararse ateos, agnósticos o no creyentes.

Todos van más allá. No se limitan a dejar su increencia en su secularizada sacristía. La airean, como no permiten que los creyentes aireen su creencia. Alardean de su agnosticismo sin permitir que otros alardeen de su fe. Reclaman su libertad democrática (¿) para borrar a Dios de la vida pública y no permiten que quienes creen en Dios lo puedan hacer públicamente.

Son esos políticos de aldea que hacen una cuestión de gabinete de la presencia de la Biblia junto a un Crucifijo a la hora de jurar un cargo y que, como no creen en el más allá, hacen homenajes florales en las tumbas de sus muertos. Son quienes a falta de mejor ceremonia intentan hacer un remedo de la liturgia religiosa en actos pretendidamente civiles.

No lo tienen fácil en esta España tan de curas y monjas. En la que ahora, con la crisis, son los curas y las monjas los que atienden a quienes no atienden los políticos descreídos. En esta España en la que a los enfermos que nadie quiere atender son las monjas o los frailes los que limpian y arreglan sus camas. En esta España de los pueblos en Semana Santa o de Misas de Gallo repletas.

Quieren borrar a Dios pero no lo tienen fácil mientras haya que escribir Dios con mayúscula.

 

Son esos que, como decía Chesterton, no creen en Dios y son capaces de creer en cualquier cosa.

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