Campañas –ladrillo no aptas para menores y a Conde Pumpido se le lía la toga en el polvo del camino

Si el periodista no es demasiado proclive a las groserías, los tacos y las zafiedades, lo tiene difícil para informar de las campañas electorales que tenemos en marcha. Y digo campañas electorales en plural porque –que se sepa- hay dos: una, la oficial, en Cataluña y otra, la de precalentamiento, en Madrid. Eso, sin contar con la permanente que, para La Moncloa, nos tienen montada Rodríguez Zapatero y Rajoy.   La campaña permanente para presidir el Gobierno tiene su encanto y se centra, fundamentalmente, en los miércoles parlamentarios y en los fines de semana peripatéticos. Los dos líderes acuden rodeados de sus segundos y terceros, léase Blanco, López Garrido y Acebes o Zaplana, más el correspondiente indígena de la autonomía visitada. Ahí se chillan, se insultan, se abuchean y hasta Rubalcaba se enfada porque Pío García Escudero se va de la lengua en el Senado.   También esa campaña a La Moncloa tiene su lado jocoso, representado por Gaspar Llamazares, al que siempre se le ocurre alguna tontería y cuando un día anda mal de ingenio, pues levanta el puño y grita levitando de gusto ¡viva la República!, que siempre es una cosa muy socorrida.   La campaña previa para Madrid es otra cosa. Ruíz Gallardón anda con ese aire entre serio y taciturno que tiene -que sólo se le quita cuando sonríe a Sabina- y parece “la viudita del Conde Laurel”, porque el hombre vaga solo por las calles del Madrid de Alatriste sin un adversario que llevarse a la punta de su espada electoral –tan afilada ella- en el callejón de San Ginés. Pero el adversario o adversaria llegará, que Zapatero ya lo tiene todo previsto para la capital del reino.   Y la Autonomía madrileña, en plena efervescencia preelectoral. Los cheques vuelan e incluso llegan a Andorra y es –como dice una amiga mía- una campaña que han empezado a “ladrillazos” y sabe Dios cómo van a acabar, y eso que todavía no ha salido Ruth Porta para sacar a pasear el fantasma de Tamayo. Pero todo se andará.   Pero donde la democracia y su máxima expresión –que son las urnas- está llegando a cotas insospechadas de elegancia, calidad verbal, seny, bien decir y mejor hacer, es en Cataluña.   Por lo pronto, la paridad y la cuota femenina allí es un hecho, y hasta las esposas y compañeras sentimentales de los candidatos participan en igualdad de condiciones en la campaña. De ahí que la señora de Carod Rovira se haya creído en la obligación de llamar “hijos de puta” a los chicos del Partido Popular por un quítame allá esa depresión.   Es que la política –siempre se ha dicho- hace extraños compañeros de cama y -en este caso- nunca mejor traído.   Claro que eso de la cama viene al pelo para los de Iniciativa, que invitan a sus chicos y chicas a “follarse” a la derecha. Eso sí, con preservativo, que para esto los ecologistas son muy mirados. El problema viene ahora que han retirado los condones y no sabrán cómo deshacerse de ellos sin perjudicar al medio ambiente.   Una campaña limpia y de altura –Ibarra ya ha dicho que ni se les ocurra llamarle- en la que nos enteramos que Carod –es de suponer que sin corona de espinas- fue a Montserrat a entrevistarse con el abad.    Campaña en la que Piqué –nadie sabe por qué- no pierde la sonrisa y hasta, a veces, la convierte en carcajada, de tal manera que el rictus risueño de Zapatero parece la cara del cobrador del frac, comparada con la del político del Partido Popular.   Campaña “por puntos”. Y es que Artur Mas está que se sale e indiscutiblemente es “más –valga la redundancia- que un candidato”. Ahora, en las Ramblas puntuará el ser extranjero, hablar catalán y saber quién era Verdaguer o Pi y Margall -dicho sea sin ánimo de señalar- y con perdón de Montilla, que ya ha dicho que no se insulte a España, ni siquiera en las degustaciones de cava.   El que cambia poco de cara es Conde Pumpido. El Fiscal General se ha liado la toga a la cabeza, se ha hecho un follón –también con perdón del slogan de Iniciativa- y hasta nos habla del polvo del camino. Empezó con la toga y casi acaba en el Rocío. O sea, como Julián Muñoz pero en sentido contrario, que empezó en el Rocío y en el polvo del camino y ha acabado liado con las togas.   Y es que las cosas no se aclaran aunque discurran. Rodríguez Zapatero, que mantiene el secretismo –discreción lo llaman los políticos- del mal denominado proceso de paz con la ETA, que no aclara nada, que no desmiente nada –ni siquiera a Pío García Escudero-, que nos coloca a los etarras en el Parlamento Europeo y que mira para otro lado cuando huele a quemado en los cajeros de la kale borroka, va y se pone locuaz, y en un arranque de verborrea dice: el proceso discurre. Eso ya es otra cosa, Presidente, haberlo dicho antes.   Pero tranquilos y ¡quietos todos! Que Moraleda vigila. Antes, de broma, se hablaba de la lucecita de El Pardo siempre encendida y que era señal de que Franco estaba en tensa vigilia por el bien de los españoles. Ahora tenemos la lucecita de La Moncloa, que Moraleda nunca apaga mientras vigila por el bien de la clase periodística. Un detalle.   Y siguen las campañas con los políticos afanados en buscar casos de corrupción y ladrillos en malas condiciones y con defectos de fabricación en la acera de enfrente, y poco dedicados al programa que ofrecen a sus hipotéticos electores.   ¿Se acuerdan del programa, programa, programa de Julio Anguita?   Qué tiempos de políticos de categoría y qué nostalgia.

 
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