Cataluña: una pesadilla

Uno de los logros mejor logrados –valga la redundancia- de la Convergencia de Jordi Pujol y de Artur Mas y hasta de la Unió de Duran i Lleida, ha sido convertir a Cataluña en una pesadilla. Una pesadilla para el gobierno de Madrid; una pesadilla para los partidos políticos; una pesadilla para los poderes Legislativo y Judicial; una pesadilla para las fuerzas de orden público, para Hacienda, para la Seguridad Social, la sanidad pública y hasta para el fútbol profesional.

Con ser fundamental, no se trata solamente de las distorsiones que provoca un proceso de independencia que ni es posible ni lleva a ninguna parte. Tampoco los populismos que están haciendo, por ejemplo, de Barcelona una ciudad antipática e incómoda. Ni siquiera el ‘tres por ciento’ que está más que descontado en las cuentas de resultados políticos de muchos españoles.

Estamos ante un conjunto de despropósitos, que desde los rótulos ‘multables’, hasta una absurda guerra de banderas, han hecho de Cataluña un ente ingobernable, una autonomía que, por querer ser diferente, se ha convertido en irreconocible, habitada por unos ciudadanos que, tras perder su identidad, buscan acomodo político social y económico, sin encontrar un camino medianamente transitable.

El episodio de los presupuestos puede ser nuevo en cuanto a las formas, pero por lo que al fondo se refiere era una realidad segura. Era cuestión de tiempo que el matrimonio forzado, absurdo e incongruente de unas fuerzas políticas sin identidad –una, porque la ha perdido a manos de una oligarquía corrupta y otra porque no la encuentra, ofuscada por un populismo de muy baja calidad- se disolviera en espera de tiempos mejores para poder consumar un amor que nunca existió.

El presidente de la Generalitat, ha tirado la toalla pero, culminando el desastre, lo hace con efecto retardado. Lo de menos es la expectativa de si habrá presupuestos o se llegará a nuevas elecciones, la clave está mucho más centrada en lo que será de Cataluña hasta el mes de septiembre. Porque preparar la Diada, no lleva tanto tiempo, ni tanto trabajo.

El problema no es lo que se sueña durante la pesadilla; lo peor es despertarse sudoroso, sin saber dónde se está y hasta la posibilidad de haberse caído de la cama.

 
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