Ya estamos en plena campaña electoral. Debates aburridos y encorsetados. Frases ingeniosas y… más de lo mismo.

Y es que nuestros políticos inventan  poco. La única diferencia es que, salvo Rosa Díez, ya nadie pega carteles. Ahora somos más de lo virtual, más de vídeos y trabajamos más los mítines mirando de reojo a las conexiones en directo con los informativos de las televisiones. Es todo tan monótono que ya ni siquiera nos sobresaltan las tonterías de Llamazares y sus muñecos.

Lo único que anima la monotonía de nuestros políticos son las continuas filtraciones de los manuales de campaña. Son esas hojas de instrucciones en las que los partidos instruyen a los candidatos sobre lo que tienen que decir, sobre lo que tienen que callar, sobre las mentiras que han de propalar o los eslóganes que deben repetir. E incluso los colores de las corbatas o los pañuelos de cuello de candidatas y candidatos.

Ya hasta hay manuales autonómicos que son una especie de transferencias, pero con más mala leche. Cada partido, en cada autonomía, ilustra a sus candidatos con el folklore político autóctono. Es como si dieran las recetas del marmitako, del lacón con grelos o de las yemas de Santa Teresa. Una delicia.

Lo que no se entiende muy bien es por qué los partidos no se limitan a publicar esos manuales, los leemos, nos hacemos una idea de las propuestas de gobierno de cada uno y nos ahorramos mítines y debates que son una lata aunque repartan bolígrafos y besos.

Los besos también se llevan mucho en las campañas por más que haya políticos besucones ya desde la precampaña, es el caso de Gallardón y Aguirre.

Pero la vida sigue y esta semana hemos asistido a un nuevo evento universitario, que ahora no son como en le época de Fray Luis de León e incluso de profesores como Ortega y Gasset. Ahora consiste en que unos energúmenos, en plenas aulas, no dejan que los ciudadanos ejerzan su sagrado derecho a la libre expresión. Que eso pase en un mitin o en la calle no deja de ser algo desagradable, pero que ocurra en la universidad y, además, se convierta en el deporte favorito de algunos de nuestros estudiantes -¿o no son estudiantes?- es más que grave. Aunque posiblemente lo más grave sea la reacción de algunas autoridades académicas.

Y es que se empieza así y se acaba como Llamazares –lo de acabar no es en sentido figurado-: jugando con muñequitos pirómanos –que igual viene de ‘pirado’-. Lo que pasa es que Gaspi está en un ¡ay¡ tras el episodio de mala salud de Fidel Castro, que sería como una especie de abuelo del muñeco del político comunista.

Nos ha dado por prohibir hablar en la universidad y hasta por prohibir tocar el Himno Nacional. Hace falta un par… para ser ministro de Defensa y no dejar que en un concierto una banda militar –por supuesto- toque el Himno Nacional y cambiarlo por el Himno a la Alegría. Lo que pasa es que ahora la consigna es la alegría y debe ser por eso, aunque para alegría la de Carod Rovira y la de Puig Cercós con lo de Kosovo, que se han liado con el ‘sansadurní’ y no paran.

Ha sido la semana de las esperadas y deseadas explicaciones del ministro de Justicia -¡coño!- sobre lo del pisito que se ha puesto ¡coño! Que nos ha contado que tenía infiltraciones de agua. O sea filtraciones, o sea fugas. Que en eso de las fugas el ministro del ramo debería estar muy puesto.

 

Y se filtran las conversaciones con la ETA, y dice Rodríguez Zapatero a Pedro Piqueras que el proceso de negociación ha sido absolutamente transparente. Y uno, en su inocencia, va al diccionario y busca por la t. Y, o no aparece transparencia, o lo que aparece como tal no debe ser a lo que se refiere el presidente del Gobierno. Un desconcierto semántico.

Una semana a caballo entre la precampaña y la campaña. Pero, lo que ha sido de verdad, de verdad, ha sido una semana con la resaca de la fiesta de San Valentín. Una semana que podríamos denominar de romeoyjulieta o de Llamazares y Gaspi o de Ruíz Gallardón y Esperanza Aguirre o del Nuncio y Zapatero o de Luís Aragonés y Raúl.

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