Dios en partículas

Antes se estilaban mucho las serpientes de verano. Después, las serpientes tuvieron forma y nombres y apareció el monstruo del lago Ness, y esta temporada toca una cosa que se llama bosón y que ha descubierto un científico británico que se llama Higgs.

No es que el bosón de Higgs tenga nada que ver con una serpiente de verano y mucho menos con el monstruo del lago Ness. Al parecer, y según dicen los que entienden, se trata de un descubrimiento científico con todas las características para que se pueda calificar de tal y, además, es un hallazgo de una enorme trascendencia desde el punto de vista de la física. Nada más y nada menos que se ha encontrado el origen de la materia.

Lo que sí puede llegar a ser una serpiente de verano, algo que los periodistas vamos a tener como portada y objeto de nuestros cuidados estos meses, es el tratamiento que se está dando a esta noticia de todo punto trascendente.

El sólo hecho de haber mezclado inmediatamente a Dios en el asunto y, cómo no, a la Iglesia Católica y a las creencias que defiende y predica, ya indica por dónde van los tiros.

De siempre la Iglesia y los Papas, pero muy concretamente los dos últimos Pontífices –gran antropólogo Juan Pablo II y eminente teólogo Benedicto XVI-, se han esforzado en sus escritos por dejar bien clara la perfecta compatibilidad entre fe y razón y por constatar que ninguno de los avances científicos del hombre contradicen lo más mínimo ni la existencia de Dios ni su designio creador.

Tampoco es contradictorio con la doctrina católica el descubrimiento de Higgs, y así se ha apresurado a declararlo la jerarquía.

Lo extraño es el afán de muchos por frotarse las manos y, tras pronunciar el consabido ‘ya lo decía yo’, pretender que el hecho importantísimo y extraordinario de que un científico haya descubierto la partícula origen de la materia, cuestione la existencia de un Dios Creador y de unas creencias que no sólo no contradicen la razón sino que son, valga la redundancia, su razón de ser.