Ea, ea, ea Laporta se cabrea

Laporta y hasta el obispo de Barcelona.

Lo sabía todo el mundo. La vuelta de Florentino Pérez a la presidencia del Real Madrid iba a suponer una revolución, no sólo en el club blanco sino en el mercado futbolístico. Las cifras que se están manejando en los fichajes comienzan a ser de escándalo y no solamente en el sentido figurado de la palabra y son muchos los sectores sociales que están levantando la voz.

Lo que ocurre es que en esos clamores hay mucho de demagogia, mucho de resentimiento y mucho de pura memez. De siempre –guardando las proporciones debidas al nivel de vida- las cifras que han cobrado los futbolistas de élite no han brillado por su respeto a la justicia social o al equilibrio entre trabajo y remuneración.

De un tiempo a esta parte, como afirma el presidente del Real Madrid, los fichajes son inversiones, porque normalmente esos jugadores son rentables en las tiendas más que en el terreno de juego. Además, como muy bien ha dicho Enrique Cerezo, el presidente del Atlético de Madrid, estamos en un mercado libre y cada uno hace lo que quiere o lo que puede. Otra cosa es si ese mercado debería tener límites o los clubes de fútbol otra naturaleza jurídica.

En el presidente del Barcelona FC se han dado de una sola tacada algunas de las razones por las que se critican los fichajes del Real Madrid: demagogia, resentimiento y hasta memez. La memez se entiende de aquella manera, tras episodios como el de los controles aeroportuarios o las pancartas antiespañolas, protagonizados por Laporta. La demagogia es libre y cada uno puede hacer de su discurso un sayo, y hasta hablar de imperialismo. Pero lo que no se entiende bien es la inquina del triunfador indiscutible de la pasada temporada contra el gran fracasado del último curso futbolístico.

Sólo se comprende desde la obsesión que en Canaletas hay por todo lo que al madridismo se refiere y eso, además de ser enfermizo, resta al gran club catalán la categoría que siempre ha tenido.

Deje Laporta que cada uno haga en su casa lo que quiera y haga él en la suya lo que estime conveniente. Después, en el campo de juego, se verán las caras los deportistas y que gane el mejor. Y al que Dios se la dé, que el Arzobispo Martínez Sistach se la bendiga.

 
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