Ingenio: se busca

No es que la sociedad actual -tan llena de nuevas tecnologías y de robots japoneses que saludan a altos dignatarios- esté sobrada de ingenio. Es como si al compás de los adelantos, se fueran retrasando las mentes y con el pulsar de las teclas y el reinado de los circuitos, las meninges se fueran reduciendo.

Y como, gracias al voto, nuestras Cortes son, o deberían de ser, el fiel reflejo de nuestra sociedad, es allí donde se hace más pública y notoria la falta de ingenio, por no decir su ausencia total.

De toda la vida, el chiste grosero, el lenguaje zafio, el relato obsceno, el insulto vulgar y la palabra procaz, han sido la prueba más evidente de la falta de ingenio, de la ausencia de ideas y de la vulgaridad argumental de quién usa ese tipo de expresión. Vamos, lo que siempre se ha llamado sal gorda.

Vivimos días en los que nuestros parlamentarios, algunos de ellos, en su lenguaje y en sus maneras no es que reflejen el estado de la sociedad en esta materia, es que lo rebasan con creces,. Pero no deja de tener su lado positivo porque corrobora de forma palmaria lo que nos maliciábamos en relación a la catadura de los protagonistas.

No se trata de releer diarios de sesiones del siglo XIX o de los primeros años del XX y primeros compases de la II República donde el ingenio, la sal fina y la diatriba culta (hubo excepciones, más bien tristes) permitían discusiones mucho más arriscadas que las pobres batallitas actuales, hacían aflorar la sonrisa y daban lustre a los parlamentarios de uno y otro lado del hemiciclo.

Claro que, como dicen algunos de los individuos que nos ocupan, hay que fijarse menos en la indumentaria y en las maneras y más en el fondo de las cuestiones. Es lo que siempre se ha dicho: ‘el hábito no hace al monje’.

Pero es que estos pobrecitos, en cuestión de ropajes, de maneras, de lenguaje y sobre todo de ingenio, nos han llegado coritos, o sea, en cueros.

Y además…cobran.

 
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