Obligatorio prohibir

Cuentan de aquel paciente al que el médico le prohibía todo. Hay que dejar el tabaco, decía el galeno, doctor no he fumado en mi vida; y el alcohol ni probarlo, le aseguro que soy abstemio de siempre; carnes rojas y embutidos olvidados, lo que usted diga, pero es que soy vegetariano. Pero doctor, si me quiere hacer la puñeta, quíteme las gafas que, sin ellas, no veo absolutamente nada.

Nuestros hombres públicos han dado en la manía de dirigir nuestras vidas y de encauzar nuestras voluntades, pero se están pasando y va a llegar el momento en el que se nos aparezcan por el grifo de la ducha a comprobar la temperatura del agua.

Nos dicen qué tenemos que comer y cuál debe de ser nuestro régimen alimenticio y se asegura que, en Andalucía, ya preparan una normativa al respecto.

Recibimos continuos avisos sobre nuestra vida sedentaria; hay que hacer deporte y hasta nos indican las horas, los sitios y el ejercicio que más nos conviene.

Por supuesto legislan sobre la ropa que hay que llevar y las fibras más indicadas para el sudor y, naturalmente, si hay que sudar en abundancia o si debemos acomodarnos a una ligera transpiración.

Nuestros coches son objeto permanente de los ‘cuidados’ prohibitivos de legisladores y asesores: combustible, velocidad, revoluciones, humos y hasta las ventanillas más o menos bajadas. Llegará un día en el que hasta renegaremos de nuestro número de matrícula.

No podían faltar las indicaciones, más o menos perentorias, sobre los hijos que hay que tener, el cuándo y hasta el cómo y el con quién, porque ahora hay diversos ‘cómos’ y varios ‘con quiénes’.

Playas a las que hay que ir, ríos en los que bañarse, basura en colores y como decía la copla ‘hasta el aire que respiro’. O sea, del ‘prohibido prohibir’, al ‘obligatorio prohibir’.

En Madrid, eso de andar por donde uno quiere, pasó a la historia. Sabanés y Carmena -que no saben qué hacer por nuestro bienestar- han decidido marcar en qué dirección tenemos que transitar los peatones. Una calle para allá y otra para acá. Ustedes por allí, vosotros por allá, o sea, lo que ya decía el guardia de ‘La Verbena de la Paloma’, que ni siquiera era alcalde, ni concejal, ni sabía qué era eso de la movilidad.

 

Como decía ese genio que se llamó Miguel Gila: si no hay marcha atrás, y voy a una tienda y ¿me paso?

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