Retirarse a tiempo

Retirarse a tiempo o a destiempo, pero retirarse, saber marcharse con un mínimo de elegancia. Eso es lo que no ha sabido hacer José María Aznar. Quien decidió -nunca se sabrá si para bien o para mal- anunciar con años de antelación su retirada y quien colocó como sucesor, a dedo, a Mariano Rajoy, no es que no haya sabido irse, en pretérito, es que no sabe irse, en presente. Como un torero acabado se ‘arrastra’ por la vida política entre bodas del couché y aviones de millonarios. De acuerdo que es un arrastre ‘dorado’, pero no deja de ser un ‘arrastre’ triste.

El espectáculo protagonizado en Valencia por quien debería ser ejemplo de elegancia y de ‘savoir faire’ ha sido la nota más penosa de todo el congreso del Partido Popular. Las caras y lo que se leía en los labios de muchos de los dirigentes que se sentaban en la tribuna eran todo un índice de lo que la intervención de Aznar supuso para muchos de sus seguidores en las filas populares.

Si la entrada, tarde y, como Celia Gámez en sus mejores tiempos, de vedette de revista bajando la escalera entre plumas fue de bochorno, la ristra de saludos y abrazos ineducados e inadecuados, los desprecios y la sonrisa descompuesta fueron todo un ejemplo de soberbia y de rencores mal asimilados. Desprecio a Fraga y a Rajoy. Fraga le puso a él. Él puso a Rajoy. ¿Memoria histórica sin asimilar?

Pero aún faltaba el discurso. Una alocución de perdonavidas y de alguien que está en posesión de la verdad. De alguien que no se arrepiente de nada y que no tiene que pedir perdón por nada. En la línea del peor Aznar de los últimos años en La Moncloa.

Puede que Mariano Rajoy se equivoque, hasta puede que acierte en sus nuevos planteamientos, pero Aznar no es quien tiene que ir a exponer su ‘proyecto’. Aznar ocupa un puesto honorífico –con toda justicia- en el Partido Popular, y el haber ganado dos elecciones –con todo el mérito- o haber sido presidente del Gobierno –con un magnífico balance en su gestión- no le da la propiedad del partido, ni le hace depositario único de sus esencias.

Aznar tiene todo el derecho a opinar. Otra cosa es la forma y la oportunidad de esa opinión.

Dios en el Sinaí fue más humilde que Aznar en Valencia y permitió que fuera Moisés quien presentara a los israelitas las tablas de la Ley. Aznar, no es que se crea el propietario y el único poseedor de las tablas de la ley en el Partido Popular, es que bajó él personalmente a la tierra.

¿Es que Flavio Briatore no tenía ningún plan previsto para el fin de semana? Una pena. 

 
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