El Rey ha protagonizado la semana, pero la frase ha sido el “gracias, patrón” del Príncipe de Asturias

Cualquier ciudadano se teme lo peor cuando los políticos están en plena ‘berrea’ de la campaña electoral, pero en los principios de lo que nos espera hasta marzo, las cotas de ridiculez y estulticia a la que están llegando son más que preocupantes.

Es como si en cada partido se hubiera constituido un gabinete de frases para que se suelten en mítines, reuniones, saraos y comparecencias varias. Una verdadera antología.

Rodríguez Zapatero se quiere tomar ‘un caldito’ con el Nuncio, se supone que rodeado de banderas españolas -seis como mínimo-; López Garrido afirma que ‘hay una sana preocupación pero no pesimismo económico’; José Blanco pretende reunirse con el Papa porque la Iglesia quiere partir las piernas a las mujeres (o algo así); el presidente del Gobierno afirma que no es patriótico criticar la economía; según Joan Tardá, ‘los obispos tienen acojonado al Gobierno’; Ibarretxe asegura que brinda por España y por El Rey porque los vascos son muy educados; y Carod Rovira afirma, sin descomponer la figura, que ‘Cataluña es como Escocia pero que España no es como Inglaterra’.

Mientras, Mariano Rajoy nos amenaza con un Ministerio de ‘bienestar y familia’ (¿) y los primeros espadas del partido popular permanecen extrañamente callados.

No habla, sino que balbucea, el vicepresidente Solbes, y es que las barras de los bares traicionan a cualquiera; y compensa el balbuceo la vicepresidenta Fernández de la Vega con su dicción clara, cortante y rotunda cuando afirma, ‘no toleraré tutelas morales’… Oiga, ni yo.

Y, entre medias, va un diputado ‘culiparlante’ que responde al nombre de  José Andrés Torres Mora y se desmelena en pleno parlamento: ‘El PP, coetáneo de Torquemada, oculta su intención de pretender llevar a cabo el sueño de los cardenales de convertir el pecado en delito’. Señor Torres: lo que debería ser un delito –y hasta un pecado- es decir en un parlamento eso de su-in-ten-ción-de-pre-ten-der-lle-var-a-ca-bo. Si Marín no estuviera ya ‘fuera de este mundo’ le tendría que haber expulsado del hemiciclo de manera fulminante.

Una semana llena de sorpresas en la que el Papa ha dejado a todos estupefactos, ratificando y afirmando punto por punto lo que –sobre la familia- dijeron los obispos españoles. Así, ni Llamazares ni Blanco ganan para sustos.

Pero, para susto de verdad el que hay en el Vaticano, y más concretamente en el Laterano y en la Gregoriana, feudos de los mejores teólogos, porque alguien tendrá que asesorar a Benedicto XVI en su entrevista con José Blanco. Y ante los apuros filosóficos y teológicos en los que el ‘demóstenes’ de Palas de Rei puede poner al Sumo Pontífice hay una seria preocupación.

Porque lo de Llamazares es menos preocupante para la Iglesia por cuanto es menos intelectual y reflexivo que lo de Blanco. Llamazares está pura y simplemente en la disolución –es un eufemismo- de los curas, y eso siempre es más llevadero porque se ve venir.

 

La gran incógnita empieza a ser las listas del Partido Popular y la margarita sin deshojar –o deshojada en privado- de Ruíz Gallardón. Aunque Rajoy no tiene cuaderno azul como tenía Aznar, es de esperar que, al menos, tenga una libretilla con todo previsto. Ya queda poco para salir de dudas. Lo que pasa es que en una de estas le nombra ministro de eso nuevo de la familia y del bienestar y el alcalde se lleva de número dos a Alicia Moreno.

Fuera de protocolo, El Príncipe de Asturias protagonizó la cena de cumpleaños del Rey. A punto estuvo de protagonizarla Ibarretxe, que iba de mesa en mesa saludando a comensales y comensalas, a amigas y a amigos, y a adversarios y a adversarias.

El Príncipe no sólo estuvo magnífico en las palabras que dirigió a su padre sino, lo que tiene mucho más mérito, se sentó a la mesa entre el lehendakari Ibarretxe y la vicepresidenta Fernández de la Vega. Después de esa cena y de la compañía, Don Felipe está más que preparado para lo que le espera cuando sea titular de La Corona. Y, además, hay que agradecerle que en una semana de tanta palabrería mema, dijera unas palabras sensatas.

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