Tablaos al aire libre

Eso es en lo que se van a convertir las plazas de toros, con tanto famoso en los tendidos y tanto cuadro flamenco amenizando la fiesta.

Vaya por delante el respeto que a los aficionados nos merece todo el que se viste de luces, pero lo que está pasando en las corridas que torea José Tomás o lo del domingo en Estepona, en la corrida número 1.000 de Rivera Ordóñez, está desbordando el vaso de la seriedad que merecen quienes se juegan la vida delante de un toro.

Siempre ha ocurrido que la Fiesta atrae a una serie de famosos, famosillos y conocidos, que se ‘pegan’ al rebufo del ambiente a ver qué cae. Pero desde que los agentes de marketing han irrumpido en los despachos taurinos, en las redacciones de ciertos medios escritos y en las pantallas de televisión, la cosa se está haciendo insoportable.

Y la gente se deja arrastrar.

Posiblemente son lo mismos que hacen colas interminables en las puertas de los museos porque ‘hay que ver tal o cual exposición’, pero no se han ocupado del arte en su vida.

Posiblemente son los mismos que acuden a gritar a la Plaza de Colón y no han presenciado jamás un partido de fútbol.

Posiblemente son los mismos que se desplazan para ver una corrida de toros por vez primera en su vida, y pontifican sobre el mejor torero de a historia o en torno al matador sublime que ha resucitado el arte de Cúchares.

Todos están en su derecho, pero quiénes se ponen delante de un toro o quiénes conocen de verdad lo que es el toreo, deberían ser un poco más serios.

Rivera Ordóñez es un magnífico torero que ha llegado a las mil corridas y que se mantiene después de muchas temporadas en los primeros puestos del escalafón. Un torero que ha tenido que cargar con apellidos ilustres y que lo ha hecho con una enorme dignidad profesional. Se encierra con seis toros en la plaza de Estepota, magnífico gesto de buen torero, y sale de la plaza a hombros.

 

Precisamente por todo eso, él mismo -o alguien de su entorno- debería de haber evitado el festival infumable de los tendidos y, mucho más, la absurda fiesta que se montó en televisión dónde, además de una realización que rayó en el delito visual, hubimos de soportar unos comentarios festivaleros y triunfalistas que –valga como ejemplo de impudicia- nos informaban de cómo ‘Fran había dado una porta gayola’ (sic), mientras en un palco de invitados hacían declaraciones los famosillos ávidos de arrimarse al calor de Rivera, que era quién estaba dando la cara en el ruedo, al mismo tiempo que los del tablao flamenco, seguían a lo suyo –posiblemente lo suyo era cobrar- amenizando el jolgorio con ‘cantes de su escogido repertorio’.

Por mucho que nos quieran vender la burra, quienes permiten estos desaguisados, no están resucitando la fiesta de los toros, están ayudando a que la entierren los que lo están deseando.

 Mientras, en vez de retransmisiones pseudoprofesionales, ¿por qué no lo emiten con olor a tomate?

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