Transparencia

Ya está aquí la transparencia. Ya sabemos lo que cobran quienes nos gobiernan y eso, sin ser ningún consuelo para lo de la corrupción, no deja de ser un paso adelante.

Ya nos podemos enterar lo que gana Mariano Rajoy o el sueldo, más abultado de su jefe de gabinete; la nómina de cualquier ministro y la ‘nominaza’ de su secretario de estado.

Y, al parecer, las entradas a la página que nos trae a casa los pormenores crematísticos de los llamados servidores públicos, se ha convertido en la cola del paro a juzgar por la cantidad de gente que está interesada en los detalles. El morbo está servido y siempre se encontrará uno con alguna sorpresa en cantidad o en calidad.

Lo primero que salta a la vista es el gran desbarajuste que existe en las remuneraciones de altos cargos y lo llamativo de algunas indemnizaciones que, serán legales, pero resultan sorprendentes.

Pero morbos aparte, la transparencia que nos invade solamente sirve para saber lo que cobran, pero seguiremos saber lo que se llevan (los que se lo lleven), y es que habrá que seguir persiguiendo la corrupción  porque, como es lógico, no va a declararse nunca.

Corrupción y transparencia son términos opuestos y -como la corrupción es opaca y oculta por naturaleza- el que sepamos lo que cobra un cargo determinado no es óbice para que ese cargo sea corrupto y haya que investigar y castigar esa hipotética corrupción.

Bienvenida sea la transparencia pero que nadie se haga ilusiones de la eficacia que, por sí sola, pueda tener frente a la corrupción.

 
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