ZP se va de ronda por las autonomías dando dinero y subiendo impuestos, mientras los más ‘viejos del lugar’ se le encampanan.

Como dice mi admirado Carlos Herrera, Rodríguez Zapatero ha cogido su guitarra y ha comenzado la serenata de presidente autonómico en presidente autonómico. La música es la de siempre y la letra que ahora está de moda es la de la financiación de las autonomías. El objeto de sus devaneos amoroso-guitarreros modelo Jorge Cafrune son los votos de grupos minoritarios para poder seguir manteniendo el tipo en el Congreso de los Diputados.

Y los presidentes se dejan querer y mientras ponen la mano –el cazo, dicen algunos- preguntan al presidente: ¿a quién quieres más a Montilla o a Griñán? Y así, ya lo verán, hasta diecisiete más Ceuta y Melilla.

Ya está bien de bromas. La cantinela ya cansa. De elección en elección y miento porque me toca. No habría problema si no diera la casualidad de que el trovero es el presidente del Gobierno de España, que se supone que está ahí para gobernar y para gestionar la cosa pública con más o menos acierto, pero para gestionarla.

Y esa gestión, o lo que sea, ya está en tela de juicio, no en la oposición sino en su propio partido y de la mano de los ‘más viejos del lugar’. Las declaraciones un día sí y otro también de Felipe González o de Joaquín Leguina deberían servir, como mínimo, para sonrojar a Rodríguez Zapatero. Pero ni por esas. Él, en su humildad, sigue inaugurando aeropuertos y augurando finales de crisis que, según González -lo jura por Japón-, nos pueden tener diez años en un ay. Eso sí, siempre muy de izquierdas aunque ese izquierdismo lo ponga en tela de juicio nada más y nada menos que Joaquín Leguina, a quién los impuestos indirectos nunca le han parecido demasiado de izquierdas.

Frente a las rondas de tuna del presidente del Gobierno, el aumento de impuestos o los problemas del CNI o la saga de los Chaves o los despropósitos del Constitucional no tienen la menor importancia.

Aquí lo que se lleva ahora es discutir sobre si los obispos pueden o no pueden opinar sobre el aborto. Se evita muy cuidadosamente hablar de lo que dicen los obispos. La dialéctica se impone y se trata no de descalificar lo que dicen sino su derecho a decir, que para eso estamos en un estado democrático.

Claro que si los argumentos son los de José Antonio Alonso, los de Gaspar  Llamazares o los de Elena Salgado… Dice la flamante vicepresidenta que ‘la  Iglesia no sabe, como siempre, cuál es su lugar’. Pues para estar más de 2.000 años en la brecha, fuera de lugar, no es que el bagaje sea corto. Pero, en cualquier caso, ahí está Salgado y los obispos, con humildad franciscana, como la de Zapatero, deben escuchar sus consejos sobre cuál es el lugar de la Iglesia Católica en la sociedad.

Y José Antonio Alonso –que sí debe saber cuál es su lugar- afirma que esas cosas hay que decidirlas en sede parlamentaria. Aparte de la cursilería de lo de ‘sede parlamentaria’, resulta que la Iglesia no decide ni quiere decidir nada, sino que da su opinión y además la dirige a quienes se dicen católicos y les ilustra sobre las acciones y decisiones coherentes con la fe que dicen profesar.

Y Llamazares…siempre Llamazares –que no es que no sepa cuál es su sitio, sino que no tiene sitio, o lo tiene de prestado, o sólo a fin de mes cuando pasa por la taquilla del Congreso- que tira por elevación y nos ilustra nada más y nada menos que sobre la ética civil, que ya nos explicará qué es eso de la ‘ètica civil’, para concluir que ‘la Iglesia no tiene ningún derecho a decidir sobre la ética civil’.

 

Y, dicho esto y todo lo que está por llegar, ¿va a hablar alguien sobre el aborto y sobre la defensa de los derechos de los no nacidos?

Porque Mariano Rajoy –lanzado en su campaña de imagen- ya se ha apresurado al decir de algunos, a poner distancia entre su partido y la Conferencia Episcopal. Dice que votará en contra de la Ley del aborto pero no porque se lo diga nadie. Pues es un alivio saber que el posiblemente-quizás-a lo mejor-tal vez-quién sabe futuro presidente del Gobierno tiene sus propios criterios en según qué asuntos y que además de tomar distancia de los obispos quiera tomarla de algunos de los diputados de su grupo parlamentario, cuyos criterios en relación al aborto parecen menos ambiguos que los del propio Rajoy.

Pero mientras Rodríguez Zapatero se pasee por la nueva terminal de El Prat de Barcelona con un balón de fútbol en las manos, el mensaje de tranquilidad y de que la crisis se ha acabado está más que lanzado.

Aunque sin balón, es el mismo mensaje de Mariano Rajoy en relación a los presuntos imputados de su partido. No tan ambiguo como lo de algunos de sus diputados y él mismo sobre la ley del aborto, pero casi. Y aunque Cospedal vuelva a la metáfora de la mano y el fuego, en una de estas alguien –no imputado- puede chamuscarse.

Claro que todo puede quedarse en una broma como la de la revista que ha clasificado a Camps entre los 10 hombres mejor vestidos.

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