Zapatero I, el impotente

Un apodo de uso corriente en la historia siempre con connotaciones sexuales que, en absoluto, tiene el titular que encabeza esta Tribuna. La impotencia de Rodríguez Zapatero es la impotencia política, la impotencia como gestor de la cosa pública, la impotencia como presidente del Gobierno y, en definitiva, la impotencia manifiesta para cumplir con los cometidos propios del cargo que ostenta.

Impotente ante la crisis económica. Un plan tras otro; una comparecencia más vacía que la anterior pero menos que la próxima; unas medidas inconexas e ineficaces que han llevado a España al liderato indiscutible del paro europeo.

Impotente en el plano internacional. Anécdotas aparte, la situación de España en el concierto de las naciones importantes es deplorable por mucho que nos hagan huecos de última hora.

Impotente en la gestión de las negociaciones con las autonomías. Da lo mismo que esas negociaciones sean políticas, económicas o idiomáticas.

Impotente para coordinar la gestión de los ministros de su Gobierno, que cada dos por tres dan muestras de marchar cada uno por su lado pese a los intentos disciplinarios de la vicepresidenta Fernández de la Vega.

Impotencia total para buscar personas mínimamente competentes dentro, como es lógico, de la ideología de partido. Los nombramientos de algunos ministros o de algunas ministras son de auténtico esperpento, por más que se defiendan a ultranza desde La Moncloa y por más que esa defensa no dure ni un minuto más de lo que pueda favorecer al propio Rodríguez Zapatero.

Impotencia en el manejo de situaciones comprometidas tanto en el ámbito nacional como en el internacional. Simplemente actuaciones frente a dirigentes europeos o incluso americanos o ante emergencias como la actual epidemia de gripe, son buena muestra de ello.

Impotencia incluso para negociar apoyos parlamentarios, una vez agotado el crédito con los nacionalismos. La vuelta a posiciones demagógicamente de izquierdas mendigando una sonrisa de Llamazares resulta significativa.

Impotencia en la refriega diaria entre partidos adversarios. La actitud ante Rosa Díez, el vídeo de la derecha europea y hasta los discursos de los últimos mítines en la campaña para el parlamento de Bruselas no son más que muestras de impotencia y de agotamiento.

 

Se podrá argüir -y es absolutamente cierto- que Rodríguez Zapatero no es impotente a la hora de ganar elecciones. Lo que ocurre es que habría que analizar qué parte de esos triunfos electorales –los anteriores y los que pueden llegar- son fruto de la impotencia política de sus adversarios o de la inercia secular del electorado español al que sólo movimientos sísmicos o similares le hacen cambiar el voto de unos a otros comicios.

Se dirá también que en democracia lo que vale y lo que cuenta es ganar elecciones. También es cierto. Y se supone que si se ganan es porque la gestión entre elección y elección ha sido lo suficientemente eficaz para que los electores mantengan su confianza en un dirigente político.

Es verdad. Pero también es verdad que la impotencia de Rodríguez Zapatero entre elección y elección es manifiesta y que sus ‘gatillazos’, políticos, por supuesto, los sufrimos todos los españoles.

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