Ahora toca Galdós

Benito Pérez Galdós
Benito Pérez Galdós

Pretender que Galdós, en su época, en sus circunstancias, con sus vivencias, su forma de ser y sus costumbres, era lo que ahora, en pleno S.XXI, se entiende como un “progre” es tergiversar el verdadero sentido del progreso y al verdadero Galdós.

Galdós está de moda y muchos que apenas sabían de su existencia y, por supuesto, jamás se habían ocupado de su realidad como hombre y como escritor, le descubren ahora y, como no pueden privarse de la sardina de su sectarismo y, con esto del gobierno de Sánchez, tienen bien encendidas las ascuas de su ideología, han decidido apropiarse de don Benito y pretenden colocarnos la mercancía averiada de que era progresista, feminista, anticlerical, republicano, antitaurino, ecologista y animalista. O sea, uno de ellos, uno de los suyos, uno de los “nuestros” 

Pretender que Galdós, en su época, en sus circunstancias, con sus vivencias, su forma de ser y sus costumbres, era lo que ahora, en pleno S.XXI, se entiende como un “progre” es tergiversar el verdadero sentido del progreso y al verdadero Galdós.

Habría que preguntar a la Pardo Bazán por las características del feminismo de su gran “amigo”.

Habría que preguntar al cura de Cegama, Miguel Zumalacárregui, sobrino del caudillo carlista, por el presunto progresismo político del genial canario.

Habría que preguntar a tantos clérigos, reales y de ficción, que desfilan por las novelas galdosianas, por el anticlericalismo de quien criticaba más la realidad de ciertas sacristías que a la Iglesia y al Dogma,  a la fe y a las creencias.

Habría que preguntar a Isabel II, “la de los tristes destinos” por el furibundo antimonarquismo de su visitante parisino.

Acudir sin más a un burdo anacronismo para hacer de Galdós un furibundo antitaurino y esforzado animalista del año 2020 es, cuando menos, ridículo, reduccionista y poco riguroso.

Recurrir al “truco” de endosar como pensamiento propio de un autor de novelas, que se caracteriza por la inigualable descripción de tipos y personajes y sin proceder al más mínimo análisis, las ideas y las opiniones de esos mismos personajes es, más que una licencia, un vulgar engaño.

 

Y aprovechar una menguada participación política de Galdós, en momentos convulsos de España, para deducir unos planteamientos más forzados que asentados en su pensamiento, es una falacia.

Pero, en el centenario de su muerte, aún nos queda por ver a un Pérez Galdós fervoroso partidario del movimiento LGTB y correligionario de Simone de Beauvoir quien, “con toda seguridad”, asistiría como contertulia a la casa de la calle Hilarión Eslava o al San Quintín cántabro, para beber de labios del propio Galdós, los postulados de la ideología de género.

Ya solo falta que la vicepresidenta Calvo exija a los herederos de Don Benito Pérez Galdós, la revisión completa de sus obras para adaptarlas al imprescindible lenguaje inclusivo, ese que en la calle, habla todo el mundo.

Pero todo se andará.

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