La algarabía

Sean cuales sean las cifras de la manifestación de la Diada en Barcelona y diga lo que diga el presidente del Gobierno, se trata de algo más serio que una simple algarabía. Se trata, se quiera o no, de las aspiraciones independentistas de una parte importante de una de las regiones fundamentales para la unidad de España y para la vida de nuestra democracia.

Es evidente que los políticos catalanes vienen desde hace años alimentando esas aspiraciones que no son compartidas ni por todos los catalanes ni, por supuesto, por la mayoría del resto de los españoles, pero es una situación que no se puede despachar con unas palabras más o menos despectivas.

Pero lo que ahora importa es que los poderes públicos, unos y otros, los que han alimentado el independentismo, los que no lo quieren y quienes pretenden mirar para otro lado, comprendan la obligación que tienen de informar a la población de Cataluña y a la de toda España de lo que es y supone esa aspiración de independencia. Lo que supone jurídica, política y económicamente. Deben de informar con claridad de que la independencia no es salir a un balcón de la Plaza de San Jaime y ondeando la ‘estelada’ proclamar el ‘Estado Catalán’. Los tiempos han cambiado y ni Europa, ni la Constitución Española, ni mucho menos el Estatuto vigente permiten esas ligerezas.

Mal está que los políticos alimenten expectativas –ellos sabrán por qué- que no son fáciles de cumplir, pero mucho peor estaría que esas expectativas se derivasen de una falta de información que ya puede calificarse de clamorosa.

No basta con afirmar o negar la independencia. Lo primero es informar a los ciudadanos de lo que esa independencia puede suponer en todos los ámbitos, y ámbitos muy sensibles para la ciudadanía.

 
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