Por la boca… Alemania da envidia

En principio, ni España tiene por qué envidiar nada a Alemania, ni Alemania tiene por qué envidiar nada a España. Pero lo cierto es que hay cosas y casos concretos en los que la envidia campa a sus anchas de un país a otro.

Nunca se ha sabido por qué, pero la realidad es que lo que en otros países es normal y de uso corriente, en nuestro país, o no existe o su existencia se hace muy difícil.

Mientras en España nuestros políticos, y sus distintas formaciones, se agarran a una nevada normalita y a una paralización de autopistas en la que quedan atrapados miles de coches, para darse de palos, pedir dimisiones, abrir expedientes, descalificar contrarios y arañar votos, en Alemania se camina, a pasos agigantados, hacia una gran coalición de gobierno entre conservadores y socialdemócratas. Y, claro, da envidia.

Aquí, no se trata de llevar a cabo programas, se trata de aprovechar la más mínima ocasión para intentar descabalgar a quien ostenta el poder, para encaramarse en él y, para eso, lo que menos importa es la nación, los intereses de los ciudadanos, la resolución de problemas o la consecución de metas comunes que tan caras son en otras latitudes.

Nuestra vida política consiste en una campaña electoral permanente, en una continua batalla por conseguir escaños y en buscar fallos, corrupciones y escándalos del otro, con un único afán centrado en la ambición de poder.

Cualquier asunto, por trascendental que parezca, y por necesario que sea un acuerdo, pasa siempre por el tamiz de los intereses electorales. Esperpentos aparte, es lo que ahora se está viviendo en Cataluña y lo que cada día ocurre en los distintos gobiernos de coalición que hay en comunidades y municipios. Nadie da un paso sin sopesar antes su trascendencia electoral.

Por eso da envidia Alemania, donde derechas e izquierdas se ponen de acuerdo en defensa de intereses comunes que han colocado por encima de partidismos y hasta de ideologías.

Por eso, en España siempre está y estará de moda y será de máxima actualidad esa pintura negra de Goya en la que -con el fango hasta las rodillas- dos españoles se muelen a palos.

Lo de siempre, aunque a veces el fango se cambie por nieve.

 
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