Por la boca… Candidatos debilitados

Se supone que, convocadas unas elecciones, las distintas formaciones políticas se apresuran a nombrar a sus candidatos a la Presidencia del Gobierno y, se supone también, que el nombramiento recae en alguien que tiene el apoyo incondicional de su partido aunque, lógicamente, pueda haber discrepancias. El candidato, además del apoyo, debería de exhibir unas potencialidades para gobernar que estén fuera de toda duda.

Ninguno de las cuatro fuerzas políticas con posibilidades de obtener unos resultados que les permitan gobernar o negociar coaliciones de gobierno, presentan un candidato con un alto porcentaje de posesión de esas características.

Mariano Rajoy -además del desgaste tras cuatro años en La Moncloa, con normales claroscuros- ni cuenta con el apoyo unánime de sus correligionarios, ni es un líder indiscutible para los miembros y simpatizantes del Partido Popular. Por otra parte, de cara a la opinión pública, tampoco despierta grandes entusiasmos, entusiasmos perfectamente descriptibles a la hora de las alianzas.

La salida fulgurante de Pablo Iglesias se ha ralentizado, tanto por sus actitudes en los cuatro meses transcurridos en negociaciones, como por el resquebrajamiento de la unidad de Podemos, visible en la situación de Íñigo Errejón, a lo que hay que sumar la salida traumática de Monedero o los problemas habidos con las supuestas fuentes de financiación.

La endeblez del liderazgo de Albert Rivera, ha quedado de manifiesto tanto en el acuerdo con el Partido Socialista, como en sus dudas para saber en dónde colocar a Ciudadanos, más allá de la cantinela de la necesidad de la regeneración de la política española. Rivera sigue sin calar en la opinión pública y es líder en su partido casi por exclusión.

El caso de Pedro Sánchez es el más llamativo y, sin ánimo de dramatizar, el más obvio. Sus carencias personales, sus escaseces políticas y su falta de autoridad entre los socialistas -fuera y dentro de Ferraz- comenzaron a ponerse de manifiesto al minuto siguiente de su elección como secretario general del Partido Socialista. Aún sin contar con la espada de Damocles que, para Sánchez supone Susana Díaz, la situación del -por el momento- líder socialista es dramática por mucho que vaya a ser el candidato del segundo partido español, un  partido con un bagaje de gobierno fuera de toda discusión.

Y con este material es con el que los españoles van a enfrentarse a la hora de ir a votar. El fantasma de la abstención no es lo más grave, lo más grave es que de dónde no hay, no se puede sacar.

Y ni los ciudadanos ni los propios partidos políticos tienen otras posibilidades más halagüeñas.

 
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